Las bases del liberalismo


Existe una diferencia fundamental entre quienes respetan y quienes no respetan la condición humana de las personas. Y esta diferencia se hace evidente en la forma de enfrentarse con el problema de las políticas públicas. Todas las políticas públicas cuentan con dos dimensiones: sus fundamentos elementales y sus efectos. Quienes respetan la condición humana de los hombres interpretan que los fundamentos elementales de las políticas públicas son los derechos humanos y se proponen, por lo tanto, respetarlos a pesar de los efectos negativos que se consigan al hacerlo. Quienes no respetan la condición humana de los hombres valoran en mayor medida ciertos efectos positivos que mejorarían la situación de las personas y justifican, así, que los fundamentos elementales de las políticas públicas sean transgredidos en virtud de aquellos efectos positivos.

El pensamiento liberal tiene la misión de considerar siempre que los fundamentos elementales de las políticas públicas no deben verse mermados a causa de los efectos negativos que se consigan desde ellos ni tampoco con la meta de alcanzar ciertos efectos positivos. Esto es así porque el hombre es el fin de todas las políticas públicas. En consecuencia, no debe ser transmutado en un medio: si esto ocurre, termina cosificado y a merced de un estilo gubernamental que ha perdido su norte, puesto que ha convertido en una cosa como cualquier otra aquello desde donde se originaba el valor de todas las cosas, v.g., el hombre.

Los fundamentos elementales de las políticas públicas sí pueden verse afectados en la circunstancia de que entren en conflicto, pues no sería aceptable que la integridad de un hombre amenace la vida de otro o que la libertad de uno impida el ejercicio de la ajena. Admitir esto resulta enteramente natural cuando nos proponemos que lo más importante para las políticas públicas es salvaguardar los derechos de las personas. Pero no es admisible que pretendamos limitar o disminuir los derechos de las personas para evitar efectos negativos o conseguir efectos positivos en las políticas públicas. Este tipo de comportamiento es el que suelo llamar «efectismo» y su presencia es constatable entre personas de todas las tendencias políticas, aunque especialmente en aquellos tendientes a no reconocer plenamente la dignidad humana de las personas, i.e., los conservadores y los socialistas.

A causa de lo anterior, siempre he estimado que un liberalismo bien fundado es aquel que, en sus argumentaciones, no aplica los efectos positivos y negativos como variables que puedan ocasionar una disminución en los fundamentos elementales de las políticas públicas. Un buen liberalismo defiende los derechos de las personas y asume los efectos negativos de esta defensa proponiendo soluciones que no mermen estos derechos. Por lo tanto, él no prohibiría el consumo y la venta de cigarrillos a pesar de que ellos sean perjudiciales para la salud ni tampoco legitimaría la detención por sospecha aun cuando ella disminuya los índices de delincuencia.

El día de ayer, sostuvimos una reunión en la Fundación Balmaceda: quienes asistimos declaramos nuestra intención de defender y promover el liberalismo en Chile, comprometiéndonos a participar en la formación de un referente político que abrace los principios liberales como el mejor medio para conseguir una democracia plena en nuestro país. Me parece que, para alcanzar este loable objetivo, resulta imperioso fijar una metodología de reflexión ante las políticas públicas que valore los fundamentos elementales y los efectos en su justa medida, admitiendo que estos son variables en virtud de aquellos, pero no al revés, y que aquellos son variables solamente en virtud de sí mismos.

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