Desconocimiento paranoico de la hazaña en la mina San José

Me han llamado fuertemente la atención los negativos comentarios hechos por algunas amistades en Facebook acerca del rescate de los captivos en la mina San José. Sus críticas apuntaban sobre todo al carácter excesivamente mediático que había adquirido el hecho. Afirmaban que se había transformado en un show televisivo y se quejaban de estar bombardeados constantemente por los medios en relación con este asunto. Incluso supe que alguien intervino ilícitamente la cuenta en Twitter de ADN Radio Chile para sostener ese mismo juicio públicamente. Frente a eso, yo pensaba cómo alguien puede quejarse de que lo informen si la recepción de tales informaciones es absoluta responsabilidad de uno: mirar el televisor o leer el diario es una actividad enteramente voluntaria y yo al menos llevo varios años sin ver las noticias a través de la televisión en forma periódica (prefiero mirar dibujos animados u otros programas), sino que prefiero informarme a través de los medios escritos por Internet. Su crítica, claramente, apuntaba a cierto disgusto respecto con los protagonistas del rescate, de modo que no habrían dicho las mismas cosas habiendo alguien de su parecer al frente de las operaciones. Es lo mismo con quienes justificaron al que ingresó ilícitamente en la cuenta de Twitter de ADN Radio Chile: no les importaba que aquel hubiera hecho algo claramente condenable, sino que intentaban exonerarlo afirmando que "había dicho la verdad" (ignorando que pudiere haber otros puntos de vista más plausibles).

No obstante, el Director de la Escuela de Literatura en la Universidad Finis Terrae, Marco Antonio de la Parra, publicó una carta en El Mercurio el 14 de octubre pasado, explicando las causas de la excesiva mediatización y argumentando que la magnitud del hecho haría imposible digerirlo durante un buen tiempo, aun considerando el carácter de show atribuido por algunos. Su postura me pareció contrastante con la expresada por Hernán Rivera Letelier cuando recomienda "que les sea leve el alud de luces, cámaras y flashes que se les viene encima", como si se tratara del Infierno. Tolerar la atención pública es, en el fondo, decisión de cada uno y resulta natural que los medios estén interesados en un hecho de envergadura mundial. Pero resulta inevitablemente tentador para los amantes del perjuicio decir, aun cuando las personas accedan libremente a participar en el espectáculo, que los medios de comunicación las están manipulando o que se están aprovechando de ellas o que las debieran dejar en paz.

Más aún, hay muchos que tienden a ver como un aprovechamiento mediático del Presidente este rescate. Así opina, por ejemplo, Hermógenes Pérez de Arce y algunos de mis amigos en Facebook, que piensan como él. Sin embargo, todos ellos están dolidos de ver a alguien que no les agrada haciendo algo grandioso y heroico (aunque Hermógenes terminó retractándose y el resto siguió diciendo las mismas cosas o guardó silencio). Una de las opiniones más curiosas que he visto es la de Eva Velásquez, quien defiende el derecho del Presidente a disfrutar de los dividendos políticos de la situación, puesto que él mismo fue el artífice de tan elaborado rescate. Yo les daría a los detractores el mismo consejo que nos dirigió un sacerdote a quienes asistimos a la misa de Requiem por Gerardo Rocha: que, aun cuando se dijeran muchas cosas negativas acerca del difunto, sabíamos que él había sido autor asimismo de muchas cosas buenas y, por lo tanto, debiéramos dejar que los perversos se queden con las malas, pero nosotros conservar las buenas. Yo mismo me había referido negativamente a él alguna vez; pero mientras aún vivía y en su propia presencia, aunque lo hice inadvertidamente y no tuve la oportunidad de disculparme después.

Fue hace algunos años. ¿Tres o cuatro? Ya no lo recuerdo bien. Nos habíamos reunido con los miembros de Mensa International en una de las oficinas de la Corporación Santo Tomás: nuestra invitada de honor era la ex-esposa de Irving Gordon, autor de la conocida canción Unforgettable, quien igualmente era miembro de Mensa. Entonces, conversando con el actual esposo de ella, cuyo nombre era Joe, este le consultó a Gerardo acerca de su posición en la Corporación Santo Tomás. Yo le dije espontáneamente "he's the owner", pero Gerardo corrigió de inmediato "I'm the president". En ese momento no lo noté, pero yo acababa de cometer un error de tino y de mal gusto. Si bien técnicamente mi observación era correcta, formalmente era inapropiada. Yo no caí en la cuenta de que mi observación debe haber sido incómoda para Gerardo hasta algún tiempo después, pero entonces ya no tuve tiempo para disculparme porque no volví a verlo en persona. Supe de él a través de los medios de prensa por causa del accidente que sufrió en España y, luego, por los lamentables hechos ocurridos en San Antonio. De modo que me quedé en cierta medida con un sentimiento de culpa por no haberle podido dar alguna explicación acerca de mi desatino. De esta manera, quiero explicitar que yo no tenía una mala opinión acerca de él, sino que mi apreciación fue inadvertidamente ímproba.

Así, pues, no puedo dejar de sentir sorpresa por esas reacciones tan negativas y quisiera repetir aquí el mismo juicio que expresé a través de un comentario en la última entrada publicada por Teresa Marinovic en su blog: "¿Cómo hay algunos que mezclan tan hondamente sus ideas con sus emociones, impidiéndose a sí mismos el reconocimiento de quien pueda tener ideas diferentes? Es una lástima en verdad, porque entonces se cierran todas las posibilidades de intercambio ideológico y de consenso". Este tipo de desprecio, del cual yo mismo he sido objeto en incontables ocasiones, es un tema extenso y que merece ser tratado en más de una sola oportunidad.

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