Cómo mienten los enemigos de la libertad

A lo largo de nuestras vidas, nos vemos sometidos a lo que algunos consideran una invasión constante de información. Diariamente, podemos llegar a una sobresaturación, si se me permite el término, con información vertida a través de diversos canales. Esta situación hace muy difícil distinguir lo que sea verdadero de lo que sea falso o las intenciones ocultas —si acaso las hay— detrás de lo que es informado. Esto ocurre, al menos, en el plano de la inmediatez: si nos damos el tiempo para investigar, siempre llegaremos a conocer los orígenes y trayectos de la información, pudiendo configurar criteriosamente un juicio acerca de su veracidad. Pero he aquí una debilidad que nos afecta a casi todos de forma general: la falta de tiempo para verificar la fiabilidad de la información que recibimos.

Hay quienes, pues, aprovechan tanto esta falta de tiempo como la posibilidad de saturarnos con información. Estas personas, siguiendo propósitos más o menos declarados (aunque generalmente inconfesables), suelen inventar informaciones que parecen verosímiles a la vez que desacreditan otras fuentes de información más fiables con chismes también falsos, pero verosímiles. Uno de sus argumentos favoritos es el de la conspiración de los poderes «fácticos» (lo que sea que quieran significar con este adjetivo) en contra del hombre común y silvestre, como usted y como yo; como cualquier lector, en el fondo, que se encuentre casualmente leyendo la información ofrecida en un momento dado. Así, estos malos informadores tratan de captar tanto la simpatía como la atención de su lector, haciéndolo parecer víctima de unos poderes ocultos e intrínsecamente perversos. ¿Pues qué manera más efectiva de enganchar a un lector que mostrándole que uno está hablando acerca de él mismo y, más aún, que está intentando advertirle acerca de un peligro inminente que se cierne sobre él y sus iguales?

Vamos a los ejemplos. Hace algunos años, cuando se aproximaban las elecciones presidenciales en Francia y Sarkozy era uno de los candidatos, un amigo me contó que este candidato pretendía, como parte de su programa de gobierno, cerrar el Ministerio de Cultura. Yo, hombre curioso —y ya por entonces entrenado en identificar este tipo de chismes—, me di a la tarea de buscar fuentes de información que confirmaran tal afirmación. Sin embargo, no encontré nada ni remotamente parecido. De hecho, confirmé que las elecciones se habían realizado la semana anterior a la que corría cuando mi amigo me refirió tal detalle, me enteré de que el candidato había ganado las elecciones y no encontré ninguna información relativa a los planes para el Ministerio de Cultura para su futuro gobierno. De modo que descarté la veracidad de tal información, le comuniqué a mi amigo mis conclusiones y le pregunté acerca de su fuente. Me confesó, entonces, que alguien más —cuya tendencia ideológica cualquiera podría intuir— le había hecho saber esto, indicándome que él lo había tenido como una persona confiable hasta ese momento.

En algún otro minuto, mientras se desarrollaba la intervención de los Estados Unidos y sus aliados en Irak, leí una escandalosa noticia —también con escandalosa redacción y falta de imparcialidad— según la cual las fuerzas aliadas habrían utilizado un arma «semi-atómica» (sic) en territorio iraquí. En esa oportunidad, investigué muy poco y no encontré nada más que la misma información replicada en varios sitios web, todos fuentes de información «alternativa». Lo recordé hace poco y, queriendo encontrar de nuevo alguno de estos sitios, busqué a través de Google usando los términos pertinentes, pero no encontré absolutamente nada. Tal parece que estas personas, queriendo evitar una desacreditación de lo que dijeron, «privatizaron» la información que habían publicado hace algunos años, dejándola fuera de la esfera pública.

Hace poco, por cierto, leí otra información con carácter sospechoso: un texto parecido a un reportaje denunciaba que tropas estadounidenses y de la OTAN habrían pisado suelo libio incluso desde antes de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara la resolución respectiva. No la verifiqué de inmediato, pero ayer quise hacerlo y llegué a la fuente desde donde me parecía haber leído originalmente esta información. Acusaba, en efecto, una intervención extranjera en Libia, aunque en términos un tanto distintos (y aún más sorprendentes): decía, pues, que la propia CIA está organizando una incursión armada en territorio libio en alianza con la vilipendiada organización terrorista Al-Qaeda. ¿Sorprendente? Habitual en el caso de este tipo de información. Por supuesto, todo forma parte de una enorme conspiración de la que usted y yo somos víctimas directas.

Lo más curioso de todo es que estas personas pretenden hacernos creer que son paladines de la libertad. Pero no nos engañemos: sus ideas suelen estar dirigidas contra instituciones y países poderosos con el solo afán de atraer respaldo. Porque, en el fondo, no desean más que la supresión de las libertades individuales. Lo podemos detectar tanto porque nunca denuncian ningún tipo de irregularidad proveniente de China, Cuba, Venezuela o Corea del Norte. También porque no son nada de halgüeños con la libertad de mercado. Pero, especialmente, porque pretenden convencer a través del engaño más descarado y las mentiras más desvergonzadas: puesto que aparentan defender nuestras libertades cuando, en realidad, solo quieren hacerlas desaparecer. Usan muchas excusas en su favor y son sumamente sentimentalistas: especialmente cuando se trata de victimizar y criminalizar. Pero esta fortaleza suya es también su debilidad, puesto que los hace más evidentes ante quien está al tanto de sus obscuras intenciones.

Y bien, ¿nos dejaremos engañar?

Comentarios

  1. El problema es que una gran parte de la población, no es que no tenga tiempo para desentrañar la madeja, simplemente no tiene interés en averiguar si la información que consume es o no real, es demasiado fácil achacar por ejemplo los problemas a otros, nos libera de nuestras obligaciones y responsabilidades, es mucho más sencillo ser pastoreado que ser el guía de la ruta. La Libertad se pierde así sin darnos cuenta, cuando son más lo que aceptan sin chistar, ideas que actúan como un escape de los problemas. La defensa de la Libertad requiere esfuerzo, esfuerzo físico, intelectual y espiritual, por eso es tan fácil perderla, cuando se banaliza con mensajes que culpan a “otros” de los problemas y predispone a la mayoría al miedo a lo desconocido. No hay mejor forma de matar la Libertad, que con el miedo.

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