Previsión


Me enteré hoy de que la ley 20.255, aprobada el año 2008, obligará a quienes trabajan a honorarios (con o sin contrato de por medio) a cotizar: de la misma manera que lo hacen actualmente los trabajadores dependientes. La obligación será ineludible (de acuerdo con los márgenes legales) desde el 2015; mientras tanto, usted puede pedir permiso cada año para que no le quiten su plata contra su voluntad. Me hace sentir sumamente incómodo la situación porque precisamente me estaba preparando (ya lo tengo completamente redactado) un contrato a honorarios para trabajar en Metalmann, la empresa constructora que tengo con mi padre. Y lo estaba haciendo así porque no quiero pagar imposiciones. Esto no significa que pretenda convertirme en una carga de los contribuyentes cuando sea anciano, sino que prefiero encargarme personalmente de estos asuntos. Pero las autoridades pretenden impedírmelo.

Predigo, pues, que trabajaré a honorarios en Metalmann sin tener que pagar las imposiciones durante los primeros años. No obstante, llegará el 2015 y alguna institución me solicitará que pague por este concepto. Me negaré y seguramente deberé enfrentar alguna medida de presión (amenaza) a causa de mi negativa. Y presentaré un recurso de protección ante alguna Corte de Apelaciones, pero este será rechazado por Su Ilustrísima. Y recurriré a la Corte Suprema, pero Su Excelentísima también desestimará mi recurso. Y acudiré a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pero no seré escuchado aquí tampoco. Entonces pensaré en dejar el país. Incluso el continente. Querré pasar a la clandestinidad y renunciar a mi nacionalidad, aunque no para obtener ninguna otra. Pensaré en convertirme en un asceta o en encontrar un lugar poblado donde no tenga que aguantar este tipo de vejaciones humillantes y penosas.

Pienso que, sinceramente, preferiría no tener nunca que hablar de ni pensar acerca de política. No tener que replicarle a ninguno por algo malo que ha hecho, por una intromisión indebida en mis asuntos. Pero no pasa una sola semana sin que esto ocurra: inevitablemente. No es solamente el Estado, por cierto, sino que muchas personas e instituciones las que afectan mi libertad de acción y de discurso. ¿Acaso no suena mucho mejor y preciso decir libertad de discurso que libertad de expresión? Yo no quiero tener que decirles nada porque es una lata tener que recordarle a cada uno que mi espacio es individual e inviolable. Es molesto tener que alegar para evitar que a uno lo pasen a llevar. No es ningún placer para mí, pues, tener que denunciar los atropellos contra la dignidad de las personas (o las intenciones de cometerlos) ni hablar de política. Es algo sumamente molesto. Pero me veo en la obligación de hacerlo una y otra vez: porque alrededor de mí está lleno de pendejos ansiosos por pasarme a llevar y al vecino y a cualquiera que tenga apariencia humana.

No quiero quedarme donde estoy ahora, por cierto: presenté mi primer reclamo contra la Oficina Australiana de Impuestos el 02 de enero porque, el día anterior, el banco sacó una pequeña cantidad de dinero desde mi cuenta de ahorro por concepto de un impuesto a los intereses ganados. Y esto significa que el banco, mandatado por la Oficina de Impuestos, está tomando mi dinero. Y que la Oficina de Impuestos sabe exactamente cuánto he ganado y cuánto he depositado en esta cuenta. Se trata de un doble atropello: tanto a mi derecho de propiedad cuanto a mi privacidad. Ni siquiera tengo un número o código asociado a mi nombre para pagar impuestos acá, pero me cobraron de todas maneras. Y esto es definitivo: no me voy a quedar en un lugar donde el banco puede sacar plata de mi cuenta sin mi consentimiento. Nunca pensé que esto fuera siquiera posible sin una orden judicial. Aunque igualmente sería posible permanecer acá si cerrare mis cuentas corriente y de ahorro, pero esto complicaría mi subsistencia.

Tal vez Suiza sea un buen lugar donde ir, pero no hablo francés ni alemán ni retorromano. Quizá la Ruth podría aconsejarme acerca de qué podría hacer allá: ella es natural de esas tierras. Por otra parte, me incomoda tener que abandonar mis proyectos por culpa de los atropellos a los que me someten personas e instituciones indeseables y que desprecian mi dignidad de persona. ¿Por qué es el injusto el que puede prevalecer y lograr sus cometidos, mientras el justo tiene que sufrir el extrañamiento y rehacer su vida? Es difícil aceptar que uno permanezca en un lugar donde no existe Estado de Derecho o, mejor dicho, donde existe, pero este es atropellado sistemáticamente por quienes están encargados (si bien ellos mismos se han dado tal tarea) de protegerlo. Detesto tener que desgastarme en estos asuntos tan molestos, en cosas que no deberían ocurrir. Es desmoralizante tener que abandonar una y otra vez mis proyectos e ideas a causa de quienes se esmeran en conculcar mi libertad de acción y de discurso. Esto no debería ocurrir, no tiene que ocurrir.

Comentarios