La izquierda odia la libertad de expresión

Originalmente publicado en Ciudad Liberal.

Imagen: Deustsche Welle

Los comunistas y otros especímenes de izquierda están empeñados en declarar que respaldan la libertad de expresión, pero condenan y censuran la «desinformación» o el esparcimiento de mentiras. Esta es una forma de decir que están en contra de la libertad de expresión, puesto que esta no se encuentra limitada por la veracidad de lo que decimos.

Curiosamente, estos mismos comunistas et al. suelen recurrir a mentiras para promover sus ideas. Recuerdo que, hace tiempo, cuando Sarkozy era candidato a la presidencia en Francia, un amigo me contó que le habían dicho que este candidato pretendía cerrar el Ministerio de Cultura francés si llegaba al gobierno. Investigué un poco y no solamente no encontré ninguna fuente de información que corroborara esta propuesta, sino que descubrí que el gobierno de Francia ni siquiera tiene un Ministerio de Cultura. Cuando le conté a mi amigo, se sintió un poco decepcionado porque solía considerar como alguien confiable a quien se lo había contado. Pero entonces quedó claro que su fuente tiene un criterio más ideológico que objetivo.

Comunistas et al. no solamente inventan mentiras, sino que interpretan los hechos reales de una manera tal que no admite otras lecturas. A causa de esto, consideran que quienes no comparten sus interpretaciones están «mintiendo». Así, por ejemplo, la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile publicó hace poco una polémica declaración según la cual las manifestaciones en Venezuela forman parte de un complot para derrocar el gobierno. No existe evidencia de que haya un complot y los líderes de las manifestaciones han negado constantemente que tengan la intención de derrocar el gobierno, pero comunistas et al. acusan de «desinformar» a los medios que reproducen estas declaraciones. No es que los medios estén expresando opinión: ha bastado con que reproduzcan declaraciones de terceros para que la condena de Comunistas y Asociados Ltda. caiga sobre ellos.

Cuando afirmé que los Observadores de Derechos Humanos promueven el uso de la violencia, uno de estos comunistas et al. me dijo que yo era un «pelotudo». Mi afirmación está fundada en un tweet publicado —y borrado— por los Observadores. El insulto del comunista está fundado en el odio a la libertad de expresión. Este mismo comunista, que comparte militancia conmigo en Red Liberal, propuso —exitosamente— que yo fuese eliminado de un grupo de Facebook orientado a miembros de este movimiento político. Yo no participaba activamente en el grupo (ni siquiera leía las publicaciones), de modo que el afán de este comunista no era tan solo censurarme, sino que evitar que yo leyese las publicaciones de los miembros. Según él, yo sería un «sapo». En mi columna anterior quedó claramente establecido que yo soy un conejo, de modo que no creo necesitar más argumentos ni evidencia a mi favor para desmentir a este comunista anónimo.

Entonces queda claro cuál es la estrategia. No se trata de buscar ingenuamente la verdad o la mejor respuesta para cada incógnita, sino de acomodar las respuestas e imponerlas luego de manera que sean funcionales a la imposición del modelo socialista. Esta y no otra es la intención detrás de esos ampulosos y sentidos discursillos que suelen estar adornados con expresiones de sorpresa, desdén y de superioridad moral e intelectual. Y todos estos rasgos forman parte de la estrategia: el lenguaje ampuloso otorga una grandeza ficticia, la sensibilidad brinda un halo de empatía, las expresiones de sorpresa hacen parecer que se transgrede el sentido común, la expresiones de desdén simulan la altura de quien las emite, la superioridad moral e intelectual concede la admiración de quien no se siente bueno ni inteligente. No son más que patrañas para engañar a los incautos con un discurso atractivo. Cantos de sirena que atraen a los navegantes para devorarlos inmisericordemente. Nosotros, empero, debemos ser como Odiseo. Atados al mástil, disfrutaremos de todo el adorno de los discursos, pero no navegaremos hacia su fuente ni los repetiremos ante nadie.

La izquierda no puede ocultar su odio ni disimular su repugnancia por la caótica condición humana. Ella prefiere, en cambio, el orden y lo predecible. La única muestra aceptable de una «juventud alegre y combativa» es la de aquella que promueve la uniformidad, el orden infalible, el control ilimitado. ¿Cómo no van a odiar, pues, a alguien que adjetiva solo dos de los tres sustantivos en la serie de un complemento directo?

Para la izquierda, pues, no es aceptable aquello que no sea predecible. Y la libertad de expresión es una bomba de tiempo cuando de predictibilidad se trata. Por eso es que sostiene tesis como la del determinismo social, la cual no explica por qué yo y mi hermano, habiendo tenido las mismas condiciones de vida y habiendo asistido al mismo liceo y a universidades públicas, tenemos una abismante diferencia salarial.

Es tan descarado el intento de comunistas et al. por parecer buenos que incluso declaran que la izquierda no es tanto una ideología cuanto una sensibilidad. Y, después de tanto discurso, de tantas atrocidades, de tanta estrategia, uno se pregunta muy sinceramente ¿qué clase de «sensibilidad» tan elaborada es esta? No puede ser otra, mis amigos, que la sensibilidad del odio: porque es esta misma la que, elaborando razones inconexas, llega a la conclusión de que todos debemos opinar lo mismo.

Los ejemplos que narré y las reflexiones que compartí demuestran, por lo tanto, que la izquierda odia la libertad de expresión. Sus intentos por ocultarlo resultan risibles para cualquiera que ponga un poco de atención a sus discursos. Pero este doble estándar también debe ponernos alerta con respecto al peligro que estos perversos amigos de la mentira significan para quienes tenemos la intención de decir lo que se nos plazca. Ellos son una amenaza para nuestros discursos, para nuestra libertad y para nuestras vidas. No permitamos que sus ideas nos contaminen, pero aprendamos a entenderlas y a refutarlas para evidenciar sus errores y evitar que otros sean seducidos por esta ideología de la perversidad y de la anti-humanidad.

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