Originalmente publicado en Ciudad Liberal.
Una de las decisiones más importantes en la vida de una familia o de una persona es la de integrar una mascota en el hogar. Las mascotas traen alegría, pero también pueden ser útiles de maneras más prácticas, como el gato que mantiene a raya los ratones o el perro que cuida la casa de los intrusos. En cualquier caso, se trata de un beneficio para los dueños de la mascota. Por supuesto, no resulta sensato adquirir una mascota si no sentimos que obtendremos un beneficio personal. Si alguien llegara, por ejemplo, a adquirir una mascota solamente por el bienestar de la mascota, estará asumiendo una carga disgustante para sí. Quien no se siente beneficiado con una transacción debería siempre abstenerse de llevarla a cabo: no solo en cuanto a las mascotas. Ni siquiera el matrimonio está fundado en un acto altruista, porque cada cónyuge piensa en su bienestar y su satisfacción personal al momento de firmar el contrato conyugal, aunque esto dependa de la felicidad ajena. ¿Cómo estaría fundada en el bienestar ajeno, pues, una decisión menos relevante que la del matrimonio, como la de adquirir una mascota? Si queremos que nuestra decisión tenga peso y perdure a lo largo del tiempo, debemos tomarla sobre la base de lo que personal y honestamente queremos.
Resulta muy importante, de todas maneras, definir la forma adecuada de adquirir una mascota. Porque es posible tanto comprarla cuanto adoptarla o incluso recibirla como un regalo. La mejor opción entre la compra y la adopción es la primera. No solo porque asegura que hay un interés del vendedor por ofrecer un buen servicio cuanto del comprador por hacer una buena inversión, sino también porque la adopción estimula el abandono de mascotas, su reproducción irresponsable y el maltrato animal.
El hecho de que alguien decida ofrecer mascotas para la venta hace más factible que las mascotas estén saludables y luzcan bien, porque es del interés del vendedor ofrecer mascotas sanas y bellas. La adopción, en cambio, no ofrece garantía alguna acerca de la salud de la mascota. Más bien, nos puede indicar que nos arriesgamos a adquirir un animal enfermo y mal alimentado que puede constituir una amenaza sanitaria para nuestro hogar. De una manera similar, quien decide comprar una mascota siente monetariamente el costo de adquirirla y esto hace más probable que la conserve y le dé un cuidado apropiado. Al contrario, quien adopta no necesariamente siente un vínculo muy estrecho con lo que no le ha costado nada ni se preocupa por conservarlo, puesto que no tuvo que hacer esfuerzo alguno para adquirirlo.
Por otra parte, la adopción estimula el abandono de mascotas, amenazando la seguridad y la salud de las ciudades. Un perro, callejero o no, siempre es una amenaza cuando transita sin supervisión en la calle. Las personas en general, pero especialmente las que han decidido no criar mascotas, no tienen la responsabilidad de saber cómo comportarse frente a un animal: ¡ya bastante tienen con conocer las normas de comportamiento con otras personas! El perro en la calle, pues, puede atacar a las personas y esto ha ocurrido en muchas ocasiones, incluso con resultado de muerte. Los perros y gatos de la calle, además, no tienen los cuidados que los domésticos y son más propensos a contraer y transmitir enfermedades o parásitos a las mascotas domésticas y a las personas. Cuando alguien adopta uno de estos animales que vive en la calle no le está haciendo un favor a la comunidad, porque está validando y estimulando el abandono que otro llevó a cabo. De esta manera, no solo quien abandona a su mascota, sino que también el que adopta la mascota abandonada o nacida en la calle, contribuye al empeoramiento de nuestra calidad de vida comunitaria, amenazando la seguridad y la salud de quienes transitan por el espacio abierto.
El maltrato animal no es malo, como algunos creen, por el daño que reciben las mascotas, sino por el sufrimiento que este maltrato causa en las personas. Si ninguna persona resulta perjudicada por un comportamiento específico, este no puede ser calificado como malo. El maltrato animal, que tiene muchas manifestaciones posibles, solo es malo cuando ocasiona el sufrimiento de alguien. Porque es un hecho que ocasionar sufrimiento en una persona vulnera un derecho, pero ocasionar sufrimiento en un animal sin que ninguna persona sufra ninguna consecuencia desde esto no vulnera ningún derecho. Que el maltrato de los animales sea una aberración solo es posible gracias a nuestra propia simpatía con algunos de ellos: si a nosotros no nos importara, nadie podría concluir lógicamente que sea incorrecto golpear a un animal. Porque todo lo que es correcto depende del beneficio que le reporte a una persona, no del beneficio o perjuicio que signifique para cualquier realidad no humana.
El fundamento de mi recomendación, pues, está en la más alta respuesta moral posible en el hombre, esto es, el beneficio personal. Mientras procuremos satisfacer nuestras necesidades y caprichos personales, podemos estar seguros de que estamos haciendo lo mejor posible en cualquier aspecto. Por eso recomiendo adquirir mascotas teniendo en cuenta nuestra respuesta más honesta frente a la cuestión de si acaso queremos adquirir una o no. Por eso también recomiendo no adoptar una mascota, puesto que así justificamos la decisión deshonesta de alguien más y corremos el riesgo de engañarnos a nosotros mismos. Y por eso, finalmente, recomiendo comprar una mascota en lugar de adoptarla, puesto que así pondremos a prueba con dinero constante y sonante la sinceridad de nuestro interés en adquirirla.
Una de las decisiones más importantes en la vida de una familia o de una persona es la de integrar una mascota en el hogar. Las mascotas traen alegría, pero también pueden ser útiles de maneras más prácticas, como el gato que mantiene a raya los ratones o el perro que cuida la casa de los intrusos. En cualquier caso, se trata de un beneficio para los dueños de la mascota. Por supuesto, no resulta sensato adquirir una mascota si no sentimos que obtendremos un beneficio personal. Si alguien llegara, por ejemplo, a adquirir una mascota solamente por el bienestar de la mascota, estará asumiendo una carga disgustante para sí. Quien no se siente beneficiado con una transacción debería siempre abstenerse de llevarla a cabo: no solo en cuanto a las mascotas. Ni siquiera el matrimonio está fundado en un acto altruista, porque cada cónyuge piensa en su bienestar y su satisfacción personal al momento de firmar el contrato conyugal, aunque esto dependa de la felicidad ajena. ¿Cómo estaría fundada en el bienestar ajeno, pues, una decisión menos relevante que la del matrimonio, como la de adquirir una mascota? Si queremos que nuestra decisión tenga peso y perdure a lo largo del tiempo, debemos tomarla sobre la base de lo que personal y honestamente queremos.
Resulta muy importante, de todas maneras, definir la forma adecuada de adquirir una mascota. Porque es posible tanto comprarla cuanto adoptarla o incluso recibirla como un regalo. La mejor opción entre la compra y la adopción es la primera. No solo porque asegura que hay un interés del vendedor por ofrecer un buen servicio cuanto del comprador por hacer una buena inversión, sino también porque la adopción estimula el abandono de mascotas, su reproducción irresponsable y el maltrato animal.
El hecho de que alguien decida ofrecer mascotas para la venta hace más factible que las mascotas estén saludables y luzcan bien, porque es del interés del vendedor ofrecer mascotas sanas y bellas. La adopción, en cambio, no ofrece garantía alguna acerca de la salud de la mascota. Más bien, nos puede indicar que nos arriesgamos a adquirir un animal enfermo y mal alimentado que puede constituir una amenaza sanitaria para nuestro hogar. De una manera similar, quien decide comprar una mascota siente monetariamente el costo de adquirirla y esto hace más probable que la conserve y le dé un cuidado apropiado. Al contrario, quien adopta no necesariamente siente un vínculo muy estrecho con lo que no le ha costado nada ni se preocupa por conservarlo, puesto que no tuvo que hacer esfuerzo alguno para adquirirlo.
Por otra parte, la adopción estimula el abandono de mascotas, amenazando la seguridad y la salud de las ciudades. Un perro, callejero o no, siempre es una amenaza cuando transita sin supervisión en la calle. Las personas en general, pero especialmente las que han decidido no criar mascotas, no tienen la responsabilidad de saber cómo comportarse frente a un animal: ¡ya bastante tienen con conocer las normas de comportamiento con otras personas! El perro en la calle, pues, puede atacar a las personas y esto ha ocurrido en muchas ocasiones, incluso con resultado de muerte. Los perros y gatos de la calle, además, no tienen los cuidados que los domésticos y son más propensos a contraer y transmitir enfermedades o parásitos a las mascotas domésticas y a las personas. Cuando alguien adopta uno de estos animales que vive en la calle no le está haciendo un favor a la comunidad, porque está validando y estimulando el abandono que otro llevó a cabo. De esta manera, no solo quien abandona a su mascota, sino que también el que adopta la mascota abandonada o nacida en la calle, contribuye al empeoramiento de nuestra calidad de vida comunitaria, amenazando la seguridad y la salud de quienes transitan por el espacio abierto.
El maltrato animal no es malo, como algunos creen, por el daño que reciben las mascotas, sino por el sufrimiento que este maltrato causa en las personas. Si ninguna persona resulta perjudicada por un comportamiento específico, este no puede ser calificado como malo. El maltrato animal, que tiene muchas manifestaciones posibles, solo es malo cuando ocasiona el sufrimiento de alguien. Porque es un hecho que ocasionar sufrimiento en una persona vulnera un derecho, pero ocasionar sufrimiento en un animal sin que ninguna persona sufra ninguna consecuencia desde esto no vulnera ningún derecho. Que el maltrato de los animales sea una aberración solo es posible gracias a nuestra propia simpatía con algunos de ellos: si a nosotros no nos importara, nadie podría concluir lógicamente que sea incorrecto golpear a un animal. Porque todo lo que es correcto depende del beneficio que le reporte a una persona, no del beneficio o perjuicio que signifique para cualquier realidad no humana.
El fundamento de mi recomendación, pues, está en la más alta respuesta moral posible en el hombre, esto es, el beneficio personal. Mientras procuremos satisfacer nuestras necesidades y caprichos personales, podemos estar seguros de que estamos haciendo lo mejor posible en cualquier aspecto. Por eso recomiendo adquirir mascotas teniendo en cuenta nuestra respuesta más honesta frente a la cuestión de si acaso queremos adquirir una o no. Por eso también recomiendo no adoptar una mascota, puesto que así justificamos la decisión deshonesta de alguien más y corremos el riesgo de engañarnos a nosotros mismos. Y por eso, finalmente, recomiendo comprar una mascota en lugar de adoptarla, puesto que así pondremos a prueba con dinero constante y sonante la sinceridad de nuestro interés en adquirirla.
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