Soy un conejo

Originalmente publicado en Ciudad Liberal.

Imagen: Be Happy!

¿Es posible escrutar el interior de un hombre? ¿Es posible leer sus pensamientos y conocer sus sentimientos y la historia de su vida con tan solo mirarlo, sin preguntarle nada? La respuesta de estas preguntas puede ser determinante a la hora de definirnos como defensores de la libertad o defensores de la opresión. Porque decir que no equivale a reconocer la condición humana del hombre. Decir que sí, en cambio, equivale a creer que cada hombre está determinado a ser de una manera particular dadas ciertas circunstancias. Y esto es como creer que podemos hacer del hombre alguien a la medida de lo que «todos» queremos, pudiendo convencer a un oso de que es un conejo y de que su madre y su padre eran conejos.

El otro día twitteé que «Lo que yo gane no es asunto tuyo, así que no pretendas cobrarme impuestos porque no tienes derecho a conocer ese dato sin mi consentimiento». En efecto, la única manera de que mi impuesto a la renta sea «justo» es que yo declare honestamente todos mis ingresos y mis gastos durante el año declarado. No obstante, esto solamente es posible si yo admito declarar fielmente esta información. ¿Cómo podría saber el Servicio de Impuestos Internos si acaso yo no estoy declarando toda la información que conozco al respecto? ¿Acaso lo leerá en mis ojos? Resulta imposible saber con certeza si cada contribuyente ha declarado con honestidad lo escrito en el Formulario 22 y resulta impracticable aplicarles a todos el detector de mentiras. En cuanto asumimos la imposibilidad de conocer algo tan elemental para el Estado como nuestros ingresos y egresos, debemos admitir la imposibilidad de leer los pensamientos ajenos. Y esto nos conduce a la impracticabilidad de aplicar un impuesto a la renta, porque no es posible conocer con certeza lo que cada uno gana y gasta. Ni el impuesto recaudado reflejará los ingresos reales ni la devolución efectuada reflejará los factores correspondientes. La única salida para este problema, aparte de no aplicar el impuesto a la renta, es convertir a las personas en lo que no son (contribuyentes): hacer que el oso sea un conejo.

Richard Sandoval, por ejemplo, cree que él puede pertelar las mentes ajenas y conocer sus procesos reflexivos a partir de sus experiencias (que presume porque tampoco conoce). Así, pues, él sentencia que la condena de las dictaduras socialistas se deben a una limitación intelectual de quienes «no concibe[n] la complejidad de un proceso revolucionario»: por supuesto que él no explica en qué consiste esta «complejidad». Según él, los chilenos que defienden la libertad de expresión no creen en la libertad de expresión a causa de una convicción personal, sino que a causa del «neoliberal sentido común del país»: no vayamos a creer que tenemos ideas, la realidad es que nos las imponen (?). Peor aún, quienes condenamos el atropello de los derechos humanos en Venezuela no lo hacemos porque creamos en los derechos humanos, sino porque tenemos un carácter sobrio y no entedemos el carácter caribeño (sic) de los procesos venezolanos: esto puede no explicar por qué hay venezolanos condenando el atropello de los derechos humanos; pero suena pintoresco, como una resurrección de las determinaciones climáticas kantianas.

Yo creo que el nombre de él, versión inglesa de Ricardo, demuestra el arribismo de sus padres, quienes pretendían imitar una cultura que consideran superior (la británica) y que seguramente él heredó esa admiración por la cultura extranjera, lo cual se refleja en su desprecio por la cultura local y explica su repugnancia por la forma de vida y las opiniones de los chilenos. ¿Ven que es fácil? O quizá sus padres creían ser conejos y bautizaron con ese nombre a su hijo en honor de Richard Rabbit. This seems much more plausible.

Los anhelos, necesidades y sueños de un hombre residen en su interior. Sus pensamientos más íntimos pueden yacer incomunicados ahí de por vida. ¿Quién podría, pues, arrogarse la facultad de leer nuestra mente y brindarnos lo que necesitamos o lo que queremos? Quienes creen en el «rol social» del Estado pretenden que el gobierno se haga cargo de esto. Pero resulta imposible que el gobierno conozca nuestras necesidades. Aparte de esto, es imposible que el gobierno recaude los impuestos necesarios para financiar nuestras necesidades, porque ignora la cantidad de ingresos que percibimos y después se gasta la plata en la burocracia administrativa, dejando apenas los recursos suficientes para cubrir el clientelismo. Quien cree que es posible conocer el interior de la mente (sin que medie comunicación alguna) cree también que es posible predecir el comportamiento de las personas y que la libertad es una especie de ilusión poco útil para la satisfacción de las necesidades personales. Y, si no nos gusta, nos insultarán, nos maltratarán y nos torturarán hasta que aceptemos nuestra penosa realidad: somos conejos, nuestros padres y madres eran conejos.

Personalmente, me parece chocante, repulsivo, hiriente, ofensivo y estúpido que alguien pretenda conocer mis ideas y mi forma de pensar. El uso asquerosamente simplista de «católico, por lo tanto, conservador» o de «profesor, por lo tanto, socialista» me parece una peste insufrible. Pero el lector no podría conocer esta sensible opinión mía si yo no se la hubiera hecho saber. Quizás podría haberla deducido desde la lectura de este texto, puesto que hay una conexión lógica y racional entre lo que argumento arriba y lo que revelo aquí. El lector, no obstante, no puede conocer otros detalles sin preguntármelo: cuál es mi lugar favorito, cuánto he ganado en lo que va del año, cuáles son mis planes para el resto del año. ¿Cómo podría saberlo si no me lo pregunta? ¿Lo deducirá a partir de cuántas veces uso el futuro en lugar del presente en mis sintagmas proposicionales? ¿O acaso desde la cantidad de palabras que escribo en cada columna? No creo que estas estrategias ayuden. Pero hay algo que sí puede saber, aunque solamente sea gracias a que lo confieso: soy un conejo, mi padre y mi madre eran conejos.

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