Originalidad y corrección

Originalmente publicado en Ciudad Liberal.

Imagen: The Hellbound Heart

Hace pocos días fui increpado por un bufón de Twitter a causa de lo que él consideró mi falta de originalidad en la defensa de ideas liberales. Es cierto que la originalidad es una virtud encomiable, pero la repetición de ideas correctas no es censurable. No se trata de posibilidades opuestas, por cierto. Más aún, la memorización y comprensión de las ideas pasadas resulta fundamental a la hora de proponer ideas nuevas, ya sea para refutarlas o corregirlas, ya sea para confirmarlas o matizarlas. Si alguien pretendiere proponer ideas originales sin hacerse cargo de las pasadas, correría el grave riesgo de incurrir en errores ya superados. Si alguien se empeña en proponer nuevas ideas a pesar de que no reconoce ninguna falla en las actuales, sabremos que se trata de un bufón más preocupado de la originalidad que de la corrección.

Digamos que defino una elipse como el lugar de un punto que se mueve sobre el plano de tal manera que la suma de sus distancias a dos puntos fijos de ese plano es siempre constante. Esta es la definición canónica de la elipse y resulta perfectamente aceptable que utilice esta definición en lugar de cualquier otra, puesto que otra definición estaría errada. El bufón, no obstante, alzará su risa chillona y vociferará que nuestra definición carece de originalidad. Por supuesto que carece de originalidad: esta es la definición correcta de la elipse, no se supone que cada persona elabore una definición distinta.

La situación no difiere mucho cuando defendemos la libertad de las personas. Si reconocemos que las personas son libres, admitiremos sin cuestionamientos que es ilegítimo obligarlas a hacer lo que no quieren o forzarlas a pagar un impuesto contra su voluntad. Por supuesto que no importa cuán noble pretenda ser el fin de ese impuesto, el robo siempre es robo. Consecuentemente, cualquiera que interponga un argumento sentimentalista con respecto a que alguien debe hacerse cargo de los pobres con el fin de justificar el robo institucionalizado que implican los impuestos merece que le respondan «si tanto te importan los pobres, llévatelos a tu casa». Porque no es responsabilidad de nadie hacerse cargo de lo que no quiere ni pagar por lo mismo en contra de su voluntad.

¿O acaso estamos en la obligación de financiar los caprichos de quienes no pueden pagarlos por sí mismos? ¿Qué tal si alguien decide que quiere tomar unas vacaciones de un año en Japón, almorzar todos los días en restaurantes lujosos, movilizarse en taxi diariamente, asistir a la universidad y obtener cualquier bien o servicio sin pagar por ellos? Si admitimos que las personas son libres, la respuesta no es más que una: nadie está obligado a pagar por lo que no quiere. Si, en cambio, despreciamos la libertad y superponemos el Estado a la dignidad de la persona, naturalmente consideraremos que ninguna persona tiene el derecho de reclamar como suyo lo que gana trabajando y que el Estado puede expropiar todo lo que ella posee y lo que ella gana discrecionalmente para cualquier fin. Este es el pensamiento de un bufón.

Este desprecio por la libertad se debe en gran medida a la ceguera con respecto a las posibilidades y los intereses individuales. Luke Skywalker no necesitó concurrir a la Academia para ser admitido como piloto en la Alianza Rebelde. Aquiles nunca concurrió a la escuela. Link no gana dinero: lo encuentra. El Cid no se coronó rey de Valencia aun cuando nada le impedía hacerlo. Así como estos, hay múltiples ejemplos de ejercicio excepcional de la libertad que se escapa a la tesis determinista de los bufones sociales.

Alguien propuso, hace poco, que las ampolletas tradicionales deberían ser prohibidas para que todas las personas usen, en su lugar, ampolletas de ahorro energético. Ignoran que alguien podría necesitar una ampolleta tradicional por diversas razones. Creo que resulta inapropiado indagar en las razones personales para adquirir un producto o servicio, pero puedo ayudar un poco a las mentes de los bufones con algunos ejemplos: un estudio científico, una colección, una maqueta. Bart Simpson necesita conseguir una ampolleta de 75 Watts cuando rescata los huevos de un pájaro al que mató disparándole. El bufón socialista no admite que haya razones para justificar tal adquisición, pero la realidad lo contradice una y otra vez.

Es correcto defender la libertad individual sin excusas, sin peros, en todas las circunstancias. Pretender que existan excepciones, por limitadas que sean, equivale a desconocer la libertad en cualquier escenario. La concepción errada de que la originalidad está por encima de la corrección ha conducido a muchos hacia este tipo de error: con tal de no parecer «dogmáticos» o «inflexibles» en la defensa de la dignidad humana, prefieren admitir que esta dignidad amerita ser atropellada de vez en cuando. Las consecuencias de esta manera de pensar son evidentes: si uno se propone calcular la fórmula de la elipse con una definición distinta de la canónica, no hará más que perder su tiempo con resultados erróneos. De la misma manera, quien relativiza la libertad en favor de la «originalidad» no hace más que sacrificar del todo la libertad, abandonándola para siempre.

La preferencia del bufón no es acertada y no debe seducirnos: nosotros hemos de perseguir y defender irrestrictamente la corrección, puesto que no hay posible originalidad sin ella.

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