El Estado te odia

Esta columna fue escrita y planificada para ser publicada en Ciudad Liberal durante el mes de mayo del año 2014, pero la detención momentánea de ese medio impidió que viera la luz hasta hoy, cuando la he descubierto abandonada entre mis archivos.

Me sorprendo cada día con la insistencia de tantas personas en creer que el Estado puede ayudarlas de alguna manera. Resulta todavía más sorprendente que haya algunos considerando que el Estado tiene el deber de ayudarlos, esto es, tiene el deber de quitarle su dinero a alguien más para transferírselo a otros, «invirtiendo» un 99% de lo recaudado en financiar el aparato necesario para efectuar el robo y redistribuir lo robado. Mi sorpresa no es grata y me hace pensar cada mañana en cuán desagradables son las noticias que trae el periódico, al menos en materia política, y preguntarme por qué mantengo una suscripción que me provoca tal malestar.

Yo sé que posiblemente ignore la mejor manera de solucionar mis problemas; pero prefiero enterarme de las soluciones y decidir por mí mismo si las aplicaré o no antes de que el Estado, comandado por la «mayoría democrática» (para entender la cual el estimado lector debe concurrir a la 3ra cátedra de la Universidad Libre), me las imponga sin conocer ni interesarse por mi opinión y actuando en contra de mi propio bienestar.

Hoy interrumpí mi labor de revisión de la tesis que escribí para obtener el grado de magíster de investigación en estudios clásicos para ir a hacer una clase particular de latín. Me habría gustado llamar un radio taxi para que me recogiera en la puerta de mi casa y me llevara hasta la casa de mi alumno, pero este servicio resulta muy oneroso a causa de múltiples razones en las que tiene que ver el Estado: 1) el vehículo debe contar con una licencia especial ($) para trabajar como taxi, 2) el vehículo debe tener un permiso de circulación ($) y revisión técnica ($) aprobados, 3) el taxista debe contar con una licencia de conducir especial ($), 4) el vehículo debe utilizar combustible con sobreprecio a causa del impuesto específico ($), 5) la empresa del radio taxi debe pagar el IVA ($) mensualmente y este costo es pagado por el pasajero. Seguramente omito varios detalles que se me pasan por alto ahora, pero resulta apreciable ya la cantidad de factores que influyen en cuán oneroso es el servicio del radio taxi, cuyo precio real debe ser mucho más bajo. Consideremos, por ejemplo, los aspectos no. 1) y 3): si no hubiera permisos especiales extendidos por la autoridad de forma limitada ni licencias especiales que están fuera del alcance del público general, habría una oferta mucho mayor de taxis (y esto haría otra vez caer los precios). Contabilicé solamente cinco factores de no sé cuántos. Todos ellos son responsabilidad del Estado y todos ellos atentan contra mi posibilidad de viajar cómoda y expeditamente a la casa de mi alumno.

Como prefiero no pagar el taxi, camino algunas cuadras hasta donde pasa el taxi colectivo 3036: la única línea autorizada para circular cerca de mi casa. Esta línea de colectivos tiene un número limitado de vehículos y su frecuencia puede ser irritantemente irregular. Los colectivos tienen costos similares a los de los taxis para operar, pero sus precios son significativamente más bajos: tal como el salario del colectivero con respecto al del taxista. Así que, al decidir que usaré el colectivo, estoy asumiendo el riesgo de que deba esperar hasta veinte minutos antes de que pueda subirme a un vehículo. La línea de colectivos no se molestará en ofrecer un buen servicio porque no tiene competencia y, si llegara a aparecer alguna, la denunciará ante las autoridades, quienes utilizarán la fuerza pública para expulsarla. A causa de lo anterior, salgo de mi casa más temprano que lo estrictamente necesario y, consecuentemente, pierdo tiempo valioso que podría utilizar en la revisión de mi tesis. El colectivo, además, debe seguir una ruta autorizada por el Ministerio de Transportes. Esto quiere decir que no puede llevarme hasta la casa de mi alumno, sino que me dejará en algún punto desde el cual tendré que utilizar otro medio de transporte. Es una fortuna que todavía pueda escoger cuál será este punto.

Regularmente me bajo cerca de la estación Macul, desde donde puedo trasladarme en metro hacia el Norte. Podría tomar la micro 112 en un paradero de Américo Vespucio, pero la sospecha de que el tránsito es excesivamente lento hasta la intersección con Irarrázaval me hace tomar la sensata decisión de usar el metro hasta la estación Simón Bolívar y solamente allí tomar la micro. Aunque resulte difícil de creer, existe solamente un recorrido que me lleva desde aquí hasta la intersección con Candelaria Goyenechea. Por supuesto, este es un milagro debido exclusivamente a la intervención estatal: ninguna otra calamidad sería lo suficientemente funesta como para lograrlo. Único recorrido y frecuencias imprevisibles: más minutos dedicados al viaje y menos tiempo para la revisión de mi tesis. Esto sin contar la incomodidad del viaje en una máquina que se mueve de forma brusca y cuenta con más objetos y superficies contra los cuales golpearse que objetos de los cuales agarrarse. Alguno podría pensar que el pasaje, al menos, es barato. Yo, en cambio, me pregunto cuánto costaría sin la protección monopólica y sin el impuesto específico.

Afortunadamente, la última parte de mi trayecto la hago caminando, aunque esto igualmente implica más tiempo de viaje y menos tiempo para mi tesis. Lamentablemente, después tengo que volver y enfrentar condiciones similares a las que experimenté al ir.

No se trata solamente del transporte: el Estado nos arruina nuestras vidas y nuestros días en prácticamente todo lo que hacemos. ¿O acaso alguien cree que no he pensado en el alto costo de la electricidad a causa de las regulaciones que no cumplen las empresas bendecidas por las autoridades, pero que son exigidas estrictamente a cualquiera que quiera hacer una instalación independiente? ¿Creen que no he pensado en el alto costo de la conexión a Internet a causa de las estrictas regulaciones estatales para ofrecer este servicio y de los acuerdos del Ministerio de Telecomunicaciones con el pequeño conjunto de empresas que domina este mercado? ¿Creen que no he considerado el elevado precio de mi propio computador, por el cual tuve que desembolsar no solamente el expropiatorio IVA, sino también costos invisibles como la internación e inscripción de patente comercial?

El Estado no tiene la intención de protegerte ni de ayudarte ni de garantizar tus derechos. El Estado te odia. Quiere utilizarte como una manija para abrir la puerta de su opulenta caja fuerte, quiere exhibirte en su colección de billeteras o quiere cargarte en sus cañones para defender los «intereses nacionales». El Estado no te trata como persona, sino como parte de su propiedad: te cobra dinero por vivir en tu casa, te cobra dinero por trabajar, les cobra a tus proveedores por declarar que existen y hace que tu vida sea onerosa y miserable. La única razón que tiene el Estado para no destruirte es que pretende aprovecharse de ti durante todo el tiempo que vivas. El Estado te odia: odia que tengas un nombre además del cómodo número que te asigna, odia que tengas una individualidad y no respondas a su conveniente determinismo social, odia que tengas preferencias personales y no encajes en sus estrictas y ordenadas categorías, odia que tengas deseos propios y que tengas derechos. No hay posibilidad de redimirlo: está en su naturaleza explotar al hombre.

¿Alguien quiere acabar con el abuso, el atropello sistemático de los derechos humanos? Que sea como Heracles y decapite la hidra cabeza por cabeza, quemando con la ayuda de Iolao cada cuello decapitado para evitar que una nueva cabeza reemplace la anterior.

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