El prohibicionismo es una actitud

Publicado originalmente en Estudiantes por la Libertad.

¿Es una novedad el afán prohibicionista de los moralistas de izquierda y de derecha? Ciertamente no. ¿Nos exonera esto de denunciar sus perniciosos fundamentos conceptuales? En realidad, nunca hemos tenido la obligación de hacerlo. Aparte de que nadie está obligado a lo que no se compromete, los fundamentos conceptuales del prohibicionismo no son por defecto perniciosos, sino que son interpretados de una manera perniciosa por los prohibicionistas. En el fondo, el problema no son los conceptos básicos de quienes pretenden imponer su moralismo por la fuerza, sino que son ellos mismos. Lo podemos verificar con un ejercicio de conmutación: si cambiamos las ideas del moralista por las nuestras, él se fundará en estas para proponer las prohibiciones que estime convenientes.

Por supuesto, hay ideas que justifican la limitación de la libertad individual, pero debemos reconocer que el problema parece más de carácter que estrictamente conceptual. En lo personal, soy un católico convencido de que tengo la oportunidad —mas no la garantía— de acceder a la vida eterna después de la muerte y reconozco que hay quienes han interpretado este dogma para imponer obligaciones en sus congéneres. También aprecio poco los estudios de género (y las ciencias sociales en general), pero admito que no son la causa de que haya tantas personas justificando la limitación de la libertad fundadas en esa disciplina. Me parece que este es el error cometido por Cristina Delgado en su excesivamente criticada columna. Aun cuando ella se equivoque, la alharaca histérica levantada por algunos en su contra no hace más que revelar un factor común en quienes la critican con los moralistas: ambos grupos se sienten escandalizados. Me hacen recordar a mi abuelita cuando yo era niño: «¡ay, m’hijito, por Dios, pero cómo!»

Cristina está respondiendo al prohibicionismo con más prohibicionismo y arguye que sus fundamentos conceptuales para limitar la libertad ajena son mejores que los de otros prohibicionistas. ¿Y acaso esto, que ha estado ocurriendo durante siglos, puede escandalizarnos tanto más que las aplicaciones concretas de medidas prohibicionistas, fundadas en unas ideas u otras? ¡Cuán estéril se ha vuelto entonces la defensa de la libertad!

He explicado anteriormente cómo el dogma puede interpretarse en favor de la defensa de la libertad y me parece, en este caso, que es perfectamente posible hacer lo mismo con respecto a los estudios de género. Ideas básicas como que la identidad sexual es un asunto individual y no de políticas públicas o que el reconocimiento de las identidades ajenas también es un asunto individual y no puede ser forzado por las autoridades se pueden deducir fácilmente desde los conceptos utilizados por los estudios de género. Hasta aquí, me parece que he expuesto claramente mi tesis.

El mundo está sobresaturado de ideas y es normal que ellas compitan entre sí para convertirse en las más aceptadas y convincentes. Lo que no es normal es que haya psicópatas tratando de establecer órdenes, prohibiciones y permisos sobre la base de estas ideas.

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