8 de marzo: mujeres a la cocina

Originalmente publicado en El Libertario.


El título de esta columna está inspirado en uno de esos poco estéticos carteles fabricados con papel kraft que utilizan colectivos de izquierda para transmitir sus mensajes políticos en la calle. Este cartel, pegado en un muro de una ciudad del centro-sur de Chile, originalmente decía «8 de marzo: mujeres a la calle», pero fue vandalizado por un desconocido que escribió «cocina» encima de la palabra «calle». El llamado de los colectivos de izquierda es a hacer marchas simultáneas en varias ciudades de Chile para exigir la igualdad de derechos entre varones y féminas y el fin de la violencia contra estas. Esta segunda exigencia, por una cuestión lógica, es una consecuencia de la primera (si es que esta se cumple), pero es enfatizada en virtud de lo sensible que es la opinión pública ante estos casos de violencia. La exigencia relativa a la igualdad de derechos entre los sexos (que no géneros) está casi satisfecha. Falta que la mujer casada pueda comprar y vender sin autorización de su marido, por ejemplo, o que la edad de hombres y mujeres sea equiparada (aquí quiero decir «borrada») más otros detalles legislativos: porque la igualdad de derechos ya es reconocida como una cuestión universal, pero su aplicación en la práctica todavía falla.

Una corrección del feo cartel lo ha transformado, de una oscura pieza de propaganda, en una alegre broma. No me extrañaría que la vandalización del cartel inspire reacciones como esas tan exageradas que hubo con respecto al inofensivo bus de Hazte Oír. Estas reacciones, no obstante, resultarán propias de personas amargadas y desconectadas de la realidad. Lo digo porque la corrección del cartel lo convierte en una broma que hace reír a quienes lo leen: y las hace reír precisamente porque dice algo censurable. Nadie se ríe con el mensaje del bus de Hazte Oír: este dice algo sencillamente verdadero y obvio y lo verdadero y obvio no causa risa. Así que sería propio de un «tonto grave» encontrar ofensiva la corrección del cartel.

Por supuesto, hay cosas de las que uno no se ríe o con las que no hace bromas. Pero esta es una decisión estrictamente personal y no debe extenderse más allá de uno mismo: no por la fuerza al menos. Seguramente reprenderé a quien se ríe de lo que no me parece gracioso, pero no pretenderé que esté obligado por ley a no hacer chistes de aquello que yo considero sensible. ¿Cómo podría hacerlo sin convertirme en un fascista? ¡Sería imposible! Los humoristas del Festival de Viña del Mar, por ejemplo (a ninguno de los cuales miré porque simplemente no veo tele si no es para mirar Los Simpson), fueron criticados por hacer chistes sobre temas que incomodaban a unos y otros: que las FFAA, que los genitales, que los judíos, etc. No creo que haya sido la intención de todos los que criticaban, pero me tiento de sospechar que al menos algunos de ellos abrigaban la esperanza de que los humoristas hubieran sido censurados o recibieren alguna sanción: especialmente considerando que el Consejo Nacional de Televisión recibió varias quejas en relación con las presentaciones de los humoristas.

Por alguna razón, el discurso de los amargados ha influido mucho en los legisladores y estos, siguiendo su impulso natural de regular todo lo que se mueve (y de subsidiar lo que no), han aprobado normas (en España al menos) que permiten condenar a un hombre andrófilo acusado de agredir sexualmente a una mujer en Barcelona. El escenario no es imposible, pero los testimonios a favor del joven se suman a la falta de evidencia en contra de él para sostener que su condena parece injustificada.

La prensa también es objeto de críticas cuando informa, en los casos de violencia intrafamiliar (que se reparten equitativamente entre hombres y mujeres), que un hombre cometió un crimen «pasional». Según los «tontos graves», se trata siempre de un delito «de odio». Supongo que lo consideran así porque imaginan (no saben) que el varón transgrede el principio de reciprocidad, se considera superior a la fémina, y la agrede en virtud de esta valoración íntima y personal (imposible de conocer sin una observación cuidadosa de su discurso y su comportamiento). En cambio, no imaginarán lo mismo ni dirán que hay un delito fundado en el odio cuando una mujer le prende fuego a su expololo y la prensa informa que su motivación fueron los celos. Creo que hace falta honestidad intelectual y rigor lógico en la consideración de estos juicios.

No podría decirse que la exigencia de igualdad de sexos esté totalmente fuera de lugar todavía, de manera que las manifestaciones de hoy parecen justificadas. Sería mejor, claro, si no interrumpieran el tránsito y las actividades ajenas, puesto que esto atenta contra la libertad. Y sería mejor también si las exigencias de las marchas estuvieren dirigidas hacia una menor intervención estatal en lugar de pedir más regulación y más instituciones y más gasto fiscal, etc. En realidad, quizá sí sería mejor que las mujeres no salgan a la calle este día para hacer protestas que atentan contra la libertad de tránsito y exigen más regulación. Tampoco espero que se confinen a la cocina. Lo mejor sería que cada una escoja de forma libre y espontánea lo que realmente quiere hacer sin que esto transgreda la libertad de ninguna otra persona.

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