Dimensión racional contra la sentimental

Originalmente publicado en El Libertario.

El foco de los derechos parece haberse movido desde la condición de agente moral a la condición de ser sensible. El análisis mismo de la materia ha transitado desde la dimensión racional hacia la dimensión sentimental. Desde una dimensión racional, la reflexión sobre los derechos nos llevará a concluir que solamente el agente moral es sujeto de derechos. Desde la dimensión sentimental, la reflexión nos conduce a afirmar que todos los seres sensibles son sujetos de derecho. Este fenómeno ha sido descrito por Javier Benegas y Juan Blanco en un genial artículo de opinión publicado hace cinco meses.




El tipo de preguntas que implica esta contrastación hace temblar las bases mismas de la humanidad. Uno tiene que preguntarse cuál dimensión es la adecuada para definir los derechos: si acaso la racional o acaso la sentimental. Entonces uno salta hacia los criterios que definirán esta preferencia: si acaso los resultados óptimos o acaso la observación de principios básicos. ¿Cómo le vamos a pedir a cada uno que se ajuste a nuestro criterio favorito? No se puede simplemente. Esto por dos razones: 1) resulta empíricamente imposible convencer a todas las personas y 2) resulta intrínsecamente perverso pretender que todos piensen de la misma manera.

Cuando Fulgencio (s. 5to-6to dC) explica por qué Júpiter se negó a resolver el conflicto de las diosas Juno, Minerva y Venus, las cuales se disputaban el título de la más bella, dice (Fulgencio) que lo hizo (Júpiter) para evitar que todos los hombres estuviesen predeterminados al estilo de vida que cada diosa representaba: la vida contemplativa (Juno), la vida activa (Minerva) o la vida hedonista (Venus). Si Júpiter hubiese juzgado que una de ellas era más bella que las otras, el mundo entero se habría decantado por el estilo de vida representado por la vencedora. En cambio, actuando con sabiduría, Júpiter declina juzgar y permite, así, que cada hombre escoja lo que considera mejor.

Entonces Júpiter no solamente ha hecho gala de su sabiduría, sino que también manifiesta la importancia de la libertad en la vida del hombre: libertad para escoger el tipo de vida que quiere tener. Así que todos debemos allanarnos a esta lección del dios optimus maximusque y viviremos felices para siempre.


No tan rápido. Esto es lo que todos quisiéramos, por cierto, pero resulta que hay un problema: existen colisiones entre los principios de la dimensión racional y de la dimensión sentimental que hacen conflictiva la convivencia entre quienes prefieren una y otra. Los racionales afirman que es aceptable sacrificar animales y ofender a las personas, pero los sentimentales opinan que estas conductas deben ser castigadas. Por su parte, los sentimentales sostienen que las necesidades básicas son derechos o que la identidad sexual de cada persona está definida por lo que ella siente, pero los racionales disienten sobre estos asuntos.

Benegas y Blanco estiman que las personas que prefieren la dimensión sentimental están ancladas en la infancia y, preocupadas exclusivamente por los sentimientos, no se han movido hacia adelante para distinguir racionalmente el bien y el mal. Desde mi perspectiva, la visión sentimental es prohibicionista y punitiva, mientras que la racional es liberal y auto-tutelar. Me parece, además, que la visión sentimentalista, en su afán de proteger sentimientos y cubrir necesidades, está impulsada por la compasión y por la lástima antes de que por el respeto y el reconocimiento de la dignidad. Pero la respuesta que le demos al fenómeno sentimentalista determinará si la dimensión racional sigue prevaleciendo sobre la sentimental o no.

Hay quienes, temerosos de los conflictos que atraería una hegemonía de la dimensión sentimentalista, proponen medidas prohibicionistas y punitivas: tal como los propios sentimentalistas. En mi opinión, esta actitud es igual de infantil que la del fenómeno que intenta ser contenido. La respuesta apropiada no es permitir que los valores sentimentalistas se transformen en legislación oficial, como está ocurriendo con el proyecto de tenencia responsable de mascotas o el proyecto de identidad de género; sino en detener y hacer retroceder todas las iniciativas que impliquen prohibiciones y castigos. No hay que limitarse a las propuestas nuevas, sino que es necesario combatir las normas que ya existen en este sentido.

Los valores de la dimensión racional no conquistarán los corazones de los hombres si pretenden transformarse en leyes que les prohíban vivir como estiman mejor o, peor aún, si los castigan por hacerlo. Esta estrategia, aplicada por los sentimentalistas, está creando problemas: por una parte, hay cada vez más personas que desprecian las ideas sentimentalistas, como el buen trato de los animales o la identidad sexual auto-definida; por otra, también hay cada vez más personas que estiman conveniente utilizar la misma estrategia de los sentimentalistas para combatir su ímpetu normativo: se trata de sentimentalistas alternativos, que creen estar a favor de la razón, pero en realidad la combaten al proponer medidas prohibicionistas y punitivas.

Así que debemos recordar a Fulgencio y la sabiduría de Júpiter: no hay que imponer nuestra forma de vida sobre los demás.

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