Educación en la Antigua Roma


La presencia de esclavos no invalida, como cree el señor Waissbluth, las virtudes de la Antigua Roma, que nos ha legado gran parte de nuestro patrimonio cultural y el 75% de nuestro vocabulario. Ni tampoco parece justo que el señor Blanco cuestione tanto la calidad cuanto la utilidad de la enseñanza entregada entonces. Si Roma fue capaz de extender su influencia y legarla a muchos pueblos, entre los que nos contamos, no fue gracias a que hayan tenido una educación mediocre o apenas útil para la «sencilla» sociedad que conformaba. El señor Blanco distingue que nuestra sociedad es democrática, pero olvida que los romanos tenían un Senado, Comitia Centuriata, Comitia Tributa y el Concilium Plebis. También distingue que nuestra sociedad es compleja, implicando que la romana habría sido sencilla: tal vez le haría bien conocer algo de gramática latina y de los ordenamientos políticos de la República Romana.

En el fondo, Waissbluth y Blanco no están refutando lo que dijo Kangiser, sino que apenas alcanzan a manifestar un repudio visceral contra la libertad de enseñanza. Pero las conclusiones de Bonner solamente confirman lo que un clasicista sabe de antemano: que la sociedad romana alcanzó un alto grado de desarrollo sin tener siquiera la necesidad de desarrollar un sistema educativo centralizado, como los que rondan hoy en día en prácticamente todos los países del mundo. La excepción, no se sorprendan, sigue estando en Roma (el Vaticano), aunque hoy en día no es tan bien mirada por sus más cercanos ni tan codiciada por los bárbaros. Esto no quiere decir que la República Romana no hubiera desarrollado un sistema educativo como los conocidos actualmente si hubiesen llegado a conocer la idea de hacerlo: probablemente sí lo habrían hecho. La circunstancia de que hayan alcanzado un alto grado de complejidad sin establecer un sistema educacional oficial nos demuestra que una sociedad puede alcanzar grandes metas (y producir una Eneida) dejando que este aspecto sea asumido enteramente por los individuos.

Blanco asume que todas las personas necesitan recibir la educación primaria y secundaria que es ofrecida obligatoriamente por el Estado hoy en día. Pues bien, si fuera necesaria, probablemente tampoco tendríamos un Estado imponiéndonos que la recibamos. Así, en Chile resulta elemental aprender el castellano, pero no existe una ley que obligue a todas las personas a hablarlo. Porque, en los hechos, es la propia realidad la que nos obliga a utilizarlo: algo tan sencillo como comprar verduras requiere que uno maneje, aunque sea toscamente, la lengua castellana. Y, por supuesto, esto es igual cuando se trata del nivel de educación que tenemos. No es una necesidad, pues, completar todos los cursos de enseñanza básica y media para integrarse en la sociedad. A veces, de hecho, nuestra necesidad apunta en el sentido contrario: la asistencia a los establecimientos educacionales puede perjudicar nuestra calidad de vida. Por alguna razón, se asume que es injusto que algunos no reciban tanta educación formal como otros. Pero, si asumimos esta posición, descubriremos que la mayoría de nosotros ha recibido menos educación formal que aquellas personas con el grado de Doctor. Y, sin embargo, no es injusto que sea así ni tampoco es necesario que obtengamos tal grado académico. Se asume, también, que es necesario tener alguna profesión para encontrar un trabajo. No obstante, podemos reconocer cientos de personas cuyo trabajo no es profesional ni requiere una enseñanza formal o un reconocimiento institucional.

El ánimo de refutar a Kangiser, por lo tanto, es infundado. Él toma correctamente la conclusión de Bonner para decir que la educación informal puede perfectamente reemplazar la educación formal y no nos confrontaríamos con una crisis moral o el colapso de la sociedad. Seguramente, nuestra sociedad se volvería más dinámica. Kangiser no es el único apuntando en el mismo sentido, de hecho. También lo hacen Sir Ken Robinson y Peter Thiel. De modo que vale la pena pensar en esto y no desechar la proposición. Aunque drástica, no es irracional. Si estamos pensando, por ejemplo, en legislar sobre el matrimonio homosexual, ¿por qué no adelantarnos y pensar también en la derogación de las leyes relativas al matrimonio? ¿Y por qué no hacer lo mismo en lo que se refiere a educación? Siempre es un buen momento para dejar atrás los prejuicios y los paradigmas que, a fuerza de ser mantenidos, se vuelven más complicados y menos aptos para resolver los problemas y satisfacer las necesidades inmediatas de las personas.

Comentarios

  1. Tocaste un punto muy interesante, la derogación de los paradigmas sociales, y en especial sobre el asunto del matrimonio.

    No logro entender cual es la razón del llamado acuerdo de vida en común, más que para darle alas a los grupos de presión de siempre. Pero hay algo más, esta nueva legislación tiene por objetivo el regular todas las uniones de hecho, pero si bien tiene un cierto sentido regular las uniones de personas en las que una o ambas están casadas con otro, ¿qué sentido tiene legislar para los que son solteros?, en realidad para ninguno, los primeros hoy se pueden divorciar sin demasiados problemas y los segundos, ¿por qué simplemente no se casan?, en la práctica nos dirigimos a una sobre legislación que solo tendrá más problemas que soluciones, al final aquellos que no se casan, no hay razón para pensar que firmaran el contrato de vida en común. Otro exceso legal.

    Sin embargo, creo que Tú planteamiento puede ir más lejos, si nos deshacemos de los paradigmas, ¿por que sigue siendo ilegal la poligamia? ¿por qué el derecho a voto solo exige un mínimo de edad?.... podría llenar de por qué mi comentario, pero diré uno más ¿por qué, con los avances en inteligencia artificial y software, necesitamos jueces, si podemos diseñar programas que emitan sentencias, sin las subjetividades ideológicas y con un perfecto conocimiento de las leyes?

    Lo admito, confiaría más en una máquina, que en uno de los ineptos, corruptos y estúpidos jueces que forman nuestro sistema per-judicial.

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  2. Mi intención no era tanto apuntar contra los "paradigmas" (creo que este no es un objetivo loable o sensato), sino solamente ampliar los espacios de libertad. En este sentido, creo que la poligamia no debería estar proscrita, pero tampoco debiera ser normada: tiene que ser parte de las posibilidades que las personas puedan tomar o no de forma libre y espontánea.
    Pero todos reconocemos que no siempre es posible actuar libremente y esto implica que no cualquiera puede votar ni firmar un contrato: por eso establecemos un límite de edad y nombramos apoderados.
    Mi meta no está en destruir paradigmas: eso es una niñería. Lo que yo persigo es la apertura de más espacios para la actuación individual, libre y verdadera. Y esto implica echar abajo muchas barreras y mucha legislación obstaculizante.

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