¿Liberalismo? ¡A la derecha, señor!

Originalmente publicado en Ciudad Liberal.

Imagen: Sociedad Libertaria de Chile
Existe la opinión de que hay un liberalismo de izquierda y un liberalismo de derecha. La división entre izquierda y derecha no puede entenderse como la división entre colectivistas e individualistas que establece Salinas (2011), puesto que la visión colectivista es generalmente compartida en ambos sectores. Quizá un distinción apropiada para nuestros días sea que la izquierda promueve un Estado proteccionista y regulador en expansión mientras que la derecha promueve un Estado proteccionista y regulador estacionario. Como sea, está claro que el liberalismo de uno y otro sector son diferentes: el de la izquierda aboga por «crear» libertades por medio de regulaciones; el de la derecha, por su parte, prefiere no intervenir, de manera que el individuo tenga el espacio disponible para actuar según su arbitrio.

¿Pero cómo encontraremos una posición honestamente liberal entre la confusión creada hoy por los múltiples movimientos liberales? Si nos fijamos en lo que estos movimientos proponen, descubriremos que todos ellos proponen una sola de las dos vías posibles: la de regular para «crear» y proteger libertades, es decir, la del liberalismo de izquierda. Esto se debe, de acuerdo con mi intuición, a la popularidad de las ideas de izquierda (estatismo en expansión). Esta popularidad ha inspirado el pragmatismo de quienes se sienten liberales en la derecha y los ha conducido a renunciar a la vía derechista del liberalismo, v.g. la no intervención. De modo que terminamos teniendo un conjunto de movimientos liberales de izquierda junto a otros liberal-conservadores. La única excepción parece ser la Sociedad Libertaria.

La visión izquierdista del liberalismo resulta problemática, no obstante. La forma de entender la libertad en el liberalismo izquierdista implica creer que el individuo no tiene derechos propios, sino que estos le son entregados por el Estado (Francisco Salinas rebate esta proposición). Además, la forma de ejercer estos derechos tampoco depende del sujeto que los recibe, sino que ha de estar normada por el Estado (cfr. Matrimonio Igualitario). Estas concepciones están reñidas con lo que entendemos por liberalismo básicamente: ¿la defensa de la libertad se funda en que esta es un rasgo inherente del individuo o en que esta es una garantía estatal? Si respondemos que la defensa de la libertad se funda en que esta es una garantía estatal, deberemos asimismo admitir que la libertad no es universal: como garantía estatal, su presencia o ausencia dependerá de lo que cada Estado decida. Una negación del carácter universal de la libertad constituye, sin embargo, una relativización de ella que resulta incompatible con el único requisito mínimo para constituir un movimiento liberal: defender la libertad individual.

Por lo anterior, resulta imposible decir que el liberalismo de izquierda sea liberal. Solo un liberalismo que pone la libertad en su lugar de origen, el individuo, es realmente honesto y compatible, además, con el único «mínimo común liberal»: la defensa de la libertad individual (creo que Jean Masoliver dice más o menos lo mismo de otra manera). La única forma sincera de defender el liberalismo es aceptando la defensa de la libertad individual como un «mínimo común» y esta aceptación implica reconocer que la libertad se origina en el individuo y no en el Estado. Y esta forma de liberalismo es la que hemos identificado como liberalismo de derecha. Tiene sentido sostener esto porque el liberalismo de derecha, al proponer que el Estado no se interponga en las acciones del individuo, está reconociendo que este es libre independientemente de lo que diga el Estado. Admite, por lo tanto, el carácter universal de la libertad. Y respeta, por ende, el «mínimo común liberal».

Resulta llamativo que, entre tantos movimientos que invocan el liberalismo como bandera propia, haya tan solo uno que esté interesado en defender la libertad individual. Los demás movimientos declaran orgullosos sus anhelos y planes para limitar la libertad individual en nombre del liberalismo. ¿Cómo no admitir que esto sea curioso y hasta cómico? Es como si tuviéramos un movimiento por la Justicia Social declarando la necesidad de acabar con el Estado de Bienestar.

La Sociedad Libertaria no se define a sí misma como un movimiento político, pero su presencia como aporte al debate ha resultado notoria y relevante. Ella ha organizado una serie de charlas conocidas como la «Universidad Libre», en la que se han plasmado ideas que responden satisfactoriamente al «mínimo común liberal». Este es un contrapunto necesario con los movimientos políticos liberales porque les enseña cómo ha de reflexionar un liberalismo que respeta (y no relativiza) la libertad individual. Los movimientos liberales actuales harían muy bien en cambiar su modelo actual (que parece situarse en la Socialdemocracia) por uno que tenga como Norte la libertad individual (el de la Sociedad Libertaria).

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