Liberal y católico

Originalmente publicado en Ciudad Liberal.

Imagen: Rectivia

Hay quienes consideran del todo incompatible que alguien pueda creer en el liberalismo y, al mismo tiempo, tener una religión. Esta creencia se funda en la asunción de que toda religión está asociada con un dogma. El error puede llegar tan lejos como para asumir que la religión es el dogma. Pero, en realidad, una religión no es ni necesita de un dogma. Como enseña Mircea Eliade, el elemento fundamental de una religión es el rito, esto es, la reproducción actual y verbal del mito, que es una historia sagrada. No es más que esto en lo fundamental. Nada de reglas morales ni de explicaciones unívocas acerca de la creación y funcionamiento del mundo: todo esto es una adición innecesaria para la práctica religiosa fundamental y que, por lo tanto, cambia tanto como el léxico de una lengua.

Aclarado este punto, queda claro que una religión cualquiera no exige creencias que puedan verse en conflicto con las ideas liberales, puesto que la religión es una práctica cultual y el liberalismo es un conjunto de ideas cuyo corazón es la libertad individual. No obstante, sí existe la posibilidad de que una religión específica (particularmente una religión dogmática) sea incompatible con el liberalismo a causa de los principios dogmáticos de esta religión. La religión católica recibe a menudo la impugnación de esta incompatibilidad a causa de la supuesta oposición de su dogma a la libertad individual. Esta impugnación, en realidad, es falsa, pero necesita ser explicada: y me parece que hay dos explicaciones para ella. Una es una incomprensión del dogma católico y otra es el discurso anti-liberal de muchos presbíteros y obispos católicos.

No hay ni una sola línea del dogma católico que se oponga a la libertad individual. Para comprender esto, resulta necesario entender el dogma católico, cuyas bases son cuatro: el Credo, el Padrenuestro, los Mandamientos y los Sacramentos. Como se hace evidente, la Biblia no forma parte de los fundamentos del dogma: asumimos que ella es la palabra inspirada a causa de lo que declara la primera línea del Credo: «Credo in Deum Patrem omnipotentem». Pero esto no es suficiente para aceptar literalmente lo que dice la Biblia: todo lo que está escrito en ella ha de ser interpretado a través de la inspiración del Espíritu. Como consecuencia inmediata de este requisito espiritual, no es aceptable interpelar el dogma católico con citas bíblicas sin aportar la interpretación inspirada que les corresponda.

El primer pilar del dogma aporta con su sola declaración el carácter libre de la religión católica: «Credo», esto es, yo creo. La declaración del Credo es fundamentalmente voluntaria. Si no lo fuera, tendríamos una declaración en 3ra persona, no en 1ra. El carácter voluntario de la religión católica queda patente en el Evangelio: «El que que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará» (Marcos 16.16). La condición fundamentalmente voluntaria de la religión católica la hace, pues, perfectamente compatible con el ideario liberal.

Lamentablemente, el discurso de varios obispos y presbíteros es contradictorio con la libertad fundamental reconocida en el dogma. Mi respuesta, como católico, es que ellos no han recibido la iluminación del Espíritu para aceptar esta verdad del dogma. Para la opinión pública, en cambio, la respuesta es diferente. La opinión pública asume que obispos y presbíteros son la voz autorizada de la Iglesia cuando, en realidad, la única voz autorizada es la de los Concilios. El último Concilio se celebró hace más de medio siglo y sus conclusiones no son un reflejo de univocidad e intransigencia, sino que están abiertas al perfeccionamiento y el diálogo. Es cierto que el Papa puede erguirse ocasionalmente en voz autorizada; pero esto solamente ocurre cuando él invoca la infalibilidad papal, lo que ha pasado una vez en la historia: nada más.

Obispos chilenos han incurrido en lamentables declaraciones a favor del pago de impuestos y de la intervención estatal en la educación, situaciones que implican un atropello de la libertad individual. Más aún, un ex-sacerdote jesuita se unió al grupo terrorista CAM, que intenta establecer un régimen marxista en la Araucanía, incluso antes de renunciar a su investidura. Obispos y presbíteros nos sorprenden, además, con propuestas para que el Estado impida activamente contratos conyugales entre homosexuales o entre grupos e impida también prácticas abortivas. Lo correcto es que ellos regulen estas conductas en el interior de la Iglesia, no que le propongan al Estado regularlas en todo el territorio nacional. Es cierto que prácticamente todos los grupos con opinión política instigan al Estado a regular los aspectos de su interés, pero esto no es excusa para las autoridades eclesiásticas: ellas no deben sumarse al coro mundano y liberticida.

Como la libertad es fundamental para el dogma católico y las opiniones erradas de algunos de sus miembros no representan lo que el dogma quiere decir, resulta necesario e inevitable concluir que la religión católica es perfectamente compatible con el ideario liberal. Empecé diciendo que ninguna religión puede ser considerada de antemano incompatible con el liberalismo y quiero reafirmarlo aquí, puesto que, como expliqué arriba, una religión no implica un dogma ni una concepción del mundo, sino que es un conjunto de prácticas (ritos) fundado en historias sagradas (mitos). La compatibilidad de una religión con cierto tipo de ideas solo puede medirse cuando esta religión está ligada a un dogma o principios morales (gnomología) y debe examinarse, por lo tanto, de manera particular, no general.

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