Chile Grecorromano

Originalmente publicado en Fundación para el Progreso.

Imagen: Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

La comprensión de lectura es una habilidad que es poseída por algunas personas cuasi como un don divino y que resulta esquiva para otras tanto como un pez resbaladizo. No obstante, las probabilidades son claras si estamos en Chile: ninguna de las dos tiene conciencia de su capacidad para comprender lo que lee. Existe, sin embargo, una manera tanto de entrenar la comprensión de lectura cuanto de hacer consciente la habilidad «innata» de comprender lo que uno lee: esta manera no es otra que la ejercitación de la conciencia sintáctica, la cual —por supuesto— se despierta adquiriendo conocimiento sintáctico (sobre las relaciones entre unidades significativas y entre unidades comunicativas). Lo que acabo de decir no es solamente una inducción del sentido común sobre la base de la experiencia pedagógica acumulada durante centurias, sino que tiene respaldo científico en las mediciones hechas por la dra. Danielle Brimo.

El estudio del griego antiguo y del latín conlleva el desafío de tomar conciencia acerca de la función sintáctica que cumple cada palabra en el discurso. Así como en castellano sabemos que debemos decir «yo te amo» en lugar de «mí te amo» —si bien no todos los hablantes están conscientes de que «yo» y «mí» son exactamente la misma palabra cumpliendo diferentes funciones sintácticas—, en latín y en griego clásico esta regla se extiende hacia todos los sustantivos y adjetivos, con cuatro o cinco posibilidades de variación para cada uno sin considerar, además, la flexión de esas mismas cuatro o cinco posibilidades según el número singular o plural, lo que las hace ocho o diez en total para cada sustantivo y adjetivo. He aquí, pues, el valor fundamental del griego antiguo y el latín: exigen que el alumno desarrolle su conciencia sintáctica y, por lo tanto, operan un mejoramiento a la vez que despiertan la conciencia sobre la comprensión de lectura de él.

Sin perjuicio de este efecto inevitable del estudio del latín y del griego antiguo, el fin de su conocimiento en la era moderna siempre ha sido otro: la comprensión de nuestras raíces grecorromanas. Occidente, con su carácter crítico, se ha abierto paso hacia el pináculo del desarrollo humano, mostrando destellos de brillantez notable desde su primer gran maestro (Homero) en adelante. Y Chile es heredero de Homero y de Virgilio: de la cultura grecorromana toda. Junto con otras muchas naciones, Chile conforma el conjunto de lo que conocemos como civilización occidental. Opuesto a lo que creen algunos despistados, la cultura occidental no se funda sobre la base del lugar de nacimiento (Europa) o de la raza (caucásica), sino que en la lengua y las costumbres. De hecho, quienes les atribuyen a los bárbaros germánicos el carácter de occidentales (pero se lo niegan a los iberoamericanos) deberían saber que, parafraseando a Bane en The Dark Knight Rises, los germánicos solo adoptaron el carácter occidental, mientras que nosotros nacimos y crecimos con él. Y aun quienes postulan un carácter mixto de nuestra cultura a causa de la mezcla racial con las poblaciones autóctonas de América deberían mirar con mayor atención y darse cuenta de que, culturalmente, tenemos más herencia de los árabes que de cualquier tribu americana.

El único lugar de Chile en el que una persona puede efectivamente estudiar las lenguas latina y griega antigua, así como aproximarse de forma global a su cultura, es el Centro de Estudios Clásicos «Giuseppina Grammatico» de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). No es casualidad que la dra. Grammatico haya insistido con tanto ahínco en la enseñanza conjunta del latín y del griego antiguo en una misma unidad académica: su sucesora, la profesora Ma. Angélica Jofré, lo ha tenido presente durante su gestión. Tampoco es casualidad que el Centro haya «sobrevivido» en la UMCE desde 1986 hasta hoy en día, considerando que casi todas las unidades académicas equivalentes a él —con la notable excepción del Centro de Estudios Griegos Clásicos, Bizantinos y Neohelénicos «Fotios Malleros» de la Universidad de Chile— han cerrado sus puertas. Las autoridades de la UMCE han tomado la decisión valiente de mantener este Centro contra la tendencia prácticamente mundial de dejar olvidada la Antigüedad clásica: el rector Jaime Espinosa ha actuado con sabiduría y ha protegido, así, la obra iniciada por su antecesor el dr. Héctor Herrera.

No puede decirse que exista un debate en torno a la enseñanza de las lenguas y cultura clásicas: aquí no hay voces disonantes. En cambio, hay un profundo silencio. Este silencio, síntoma de una muerte espiritual, es la única respuesta frente al clamor en el desierto de quienes ansiamos devenir de pequeño grupo extravagante en multitud poderosa e influyente. Cuando Pablo Kangiser se atrevió a defender la educación de la antigua Roma (El Mercurio 26-05-2011), fue confrontado de manera visceral por Mario Waissbluth y por Augusto Blanco (El Mercurio 27-05-2011). Cuando reputados académicos y escritores defienden la enseñanza de las lenguas y la cultura grecorromanas, nadie responde. Este silencio le hace mal a la educación de Chile: perpetúa la ausencia de las lenguas y la cultura clásicas de las aulas y hace parecer excéntrica una discusión que resulta vital para la tradición de nuestra cultura crítica, la más elevada que ha conocido la historia.

La crisis de los estudios clásicos en Chile ha sido causada por los mismos que creen tener la capacidad para dirigir y planificar las vidas de todos, los mismos que anteponen la gratuidad universal a la calidad particular, los mismos que están imponiendo una reforma en contra de todas las voluntades (estatistas o voluntaristas): gobernantes ciegos de poder y plenos de egolatría que creen poder decidir en nuestro lugar si acaso debemos estudiar un asunto u otro. Consecuentemente, la solución de esta crisis no es otra que quitarle al Estado las facultades de proponer un currículum, de medir los conocimientos o habilidades, de entregar subsidios y de juzgar la calidad de la educación entregada por instituciones que no le pertenecen. Solo en ausencia de la imposición estatal es que podremos comenzar a discutir en serio la re-introducción del latín y del griego antiguo en el currículum de colegios y de liceos, base fundamental para sostener los estudios clásicos en el nivel universitario. Antes de esto, todas las lacrimógenas opiniones que lamentan la ausencia del latín y del griego antiguo en la academia seguirán siendo un clamor en el desierto que acompaña, como orquesta de fondo, el hundimiento definitivo de este «Titanic» intelectual.

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