Contra el asambleísmo

Publicado originalmente por Ciudad Liberal.

Imagen: El Ciudadano

Cuando todavía era un estudiante universitario, fui víctima del popular asambleísmo practicado por los movimientos sociales. Como narré en alguna oportunidad, el asambleísmo se impuso subrepticiamente en el Departamento de Castellano sin que nadie lo hubiera solicitado y sin que fuera validado a través de los canales institucionales. La situación era extraña. Primero, alguien convocaba anónimamente a una asamblea. Reunida la asamblea, algunos decidían que ella tenía la facultad de tomar decisiones en nombre de todos los alumnos del Departamento de Castellano. Dicho esto, se votaban las decisiones de hacer paro e ir a toma. Si las votaciones no eran exitosas, las asambleas se empezaban a suceder una tras otra hasta conseguir que ambas opciones fueran aprobadas. Incluso estando en condición de paro y toma del Departamento, se celebraban asambleas diariamente (a las que solo asistían quienes estaban protagonizando la toma) para validar ambas opciones: paro y toma. Presumo que asimismo operan las asambleas de los movimientos sociales.

Como era de esperarse, la mayoría de los alumnos del Departamento de Castellano no concurría a las asambleas convocadas anónimamente. Así como tampoco votaba en las elecciones del Centro de Alumnos que precedió al asambleísmo. Sencillamente, no era algo de su interés tener vida política en la universidad. Desde mi experiencia, puedo decir que ellos preferían estudiar y carretear: solo para tomar dos actividades que muchos tenían en común. El abanico de intereses se amplía considerablemente al pensar en aquellos que no eran compartidos por la mayoría. Entre estos intereses minoritarios estaba el de tener una organización política para el Departamento. Esto no significaría nada extraoridinario si no fuera porque quienes tenían este interés asumían que estaban facultados para tomar decisiones por todos los alumnos del Departamento si ellos no manifestaban adhesión u oposición. Y es un problema no solamente porque tomaban decisiones que eran respaldadas por una minoría, sino porque tomaban decisiones que ni siquiera podían ser aprobadas por una mayoría. En efecto, la decisión de impedir las actividades académicas atenta contra la libertad de los alumnos, de los profesores y de la universidad: se trata de un atropello, no de un derecho. Lo peor es que esta decisión no era más que una medida de presión para arrancar decisiones aún más vulnerantes desde las autoridades académicas. Se trataba, por cierto, de un cuadro desolador.

Yo asistía a prácticamente todas las asambleas y en todas ellas manifestaba mi oposición a los paros y tomas y votaba contra ellos. Es cierto que estaba validando un sistema ilegítimo y perverso, pero era lo mejor que podía hacer en ese minuto. Debía distribuir adecuadamente mi tiempo para estudiar, leer y obtener buenas notas, así que no podía dedicarme de lleno a combatir el asambleísmo. Mi oposición, como era de esperarse, no bastaba para impedir que hubiera paros y tomas. Así que presenciaba impotente cómo los asambleístas pasaban por encima de mis derechos y los derechos de mis compañeros. Era una sensación sumamente frustrante participar de una ceremonia ilegítima que, tomando atribuciones inexistentes e inalcanzables, disponía el atropello de los derechos ajenos.

Lo que hacen los asambleístas, pues, es despreciable y censurable. Y es del interés de todas las personas combatir el asambleísmo y las consecuencias de este. Mi experiencia combatiendo el asambleísmo no ha sido exitosa: todos los intentos que he hecho por frenar las intenciones del asambleísmo y por sancionar o revertir sus consecuencias han sido infructuosos. El único efecto que mis intentos puede haber tenido es el de intimidar a quienes impulsan el asambleísmo o, al menos, de hacerles saber que hay alguno que se opone a sus intenciones. Pero ni siquiera de esto puedo estar enteramente seguro, visto que no puedo leer las mentes de ellos. No obstante, sigue pareciéndome mejor llevar adelante estos intentos que contemplar impotente los efectos de las acciones asambleístas.

Las vías para combatir el asambleísmo son básicamente dos: una pragmática y una institucional. La vía pragmática consiste en participar de los canales interpuestos por el asambleísmo (las asambleas y votaciones que tienen lugar durante ellas). Hay que concurrir presencialmente a las asambleas, expresar oralmente las razones por las cuales la asamblea no debería estar reunida, no está facultada para tomar decisiones por el grupo al cual dice representar y no debería solicitar decisiones a las autoridades. Además, hay que votar consistentemente en contra de todas las proposiciones que impliquen vulnerar derechos. La vía institucional consiste en explorar las normas de la institución al interior de la cual funciona la asamblea y las leyes que sean aplicables al contexto en el cual actúa para obstruir todas las acciones propuestas por la asamblea. Resulta conveniente también interponer las denuncias que correspondan para sancionar las acciones llevadas a cabo en el nombre de la asamblea. Hay que estar preparado para que estas denuncias no sean atendidas o para que, incluso habiéndoselas escuchado y verificado los hechos denunciados, la autoridad no aplique las sanciones correspondientes. En este caso, hay que recurrir a las instituciones administrativas superiores o a aquellas facultadas por la ley para fiscalizar, investigar y sancionar a quienes no atendieron nuestras denuncias o no aplicaron las sanciones correspondientes.

Ambas vías propuestas requieren coraje porque los asambleístas intentan desmoralizarnos y hacernos creer que ellos actúan de forma heroica, de manera que cualquiera que intente obstruir sus acciones está en abierta oposición a las fuerzas de la historia y de la virtud humana. La realidad es que el verdadero héroe en esta situación es el que se opone al atropello de la individualidad, no el que pretende pasarla por alto en virtud de fines «más elevados». La estrategia de los asambleístas consiste muchas veces en injuriarnos, de modo que cualquiera que pretenda enfrentarse al asambleísmo debe saber que recibirá insultos. También es de esperar que los asambleístas nos traten de hacer sentir como alienígenas, haciéndonos creer que estamos proponiendo ideas extravagantes e inaceptables en el mundo real. Todo esto, por supuesto, debe ser ignorado y superado por quien tenga la intención de combatir el asambleísmo. Dejarse influenciar por estas tretas es un error que debe ser evitado actuando de forma racional, no emocional, al enfrentarse contra las acciones de la asamblea.

No faltará, por cierto, quien cuestione nuestro uso de la legislación vigente como método para combatir el asambleísmo. Hay al menos dos razones para acudir a esta vía: 1) que lo hacemos por la misma razón que pagamos impuestos, vale decir, para proteger nuestra libertad (en el corto plazo) y 2) que este comportamiento equivale a la vía pragmática explicada más arriba, pero extrapolada al ámbito nacional (aquel del «contrato social»). Porque la lucha contra el asambleísmo no se acaba en la universidad ni en la comunidad, sino que ha de extenderse al ámbito nacional para que se constituya en lucha efectiva por los derechos individuales. Como Aquiles en la encrucijada de su vida, narrada por Homero en el libro 9no de la Ilíada, tenemos que decidir entre disminuir lentamente el aparataje burocrático de vulneración incesante de los derechos individuales o sentarnos a tolerar mansamente que nuestros derechos sean vulnerados de forma constante hasta la muerte. Naturalmente, yo les recomiendo que opten por la disminución y que empiecen ahora mismo, porque no hay tiempo que perder cuando se trata de defender nuestros derechos individuales.

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