Originalmente publicado en Corrupción Chile.
Un grupo de artistas nos conmovió durante la quincena pasada
con un emotivo video en el que llamaban a la liberación y exoneración de
Francisca Linconao, quien ha sido injustamente imputada de haber quemado vivos
a Werner Luchsinger y Vivianne Mackay por causa del testimonio de José Peralino
y apenas 107 pruebas materiales en su contra. ¿Cuándo será el día en que haya justicia
en este país y nadie sea secuestrado por el Estado con un argumento tan débil
como el testimonio de un supuesto cómplice y 107 pruebas materiales? ¿Cómo los
magistrados no se dan cuenta de la insuficiencia de estos respaldos para
justificar un procesamiento?
Más recientemente, he notado que algunos artistas han
acogido con entusiasmo la proclamación de Alejandro Guillier como candidato
presidencial. Imitando a sus pares dioses de Hollywood, que incluso
ahora siguen mostrando apoyo a Hillary Clinton y denostando a Donald Trump,
incapaces de contener la pueril frustración y la violenta rabia; algunos
artistas locales están haciendo uso de su imagen para promover a su candidato
favorito: aquel que garantiza continuar la obra destructiva del actual
gobierno, pero con un rostro amable y una cuidada a la vez que gramaticalmente
incorrecta dicción periodística.
La proclamación de Guillier fue dirigida por la actriz
Aranzazú Yancovic y por el periodista Francisco Kaminski. También asistieron el
futbolista Frank Lobos, los actores Óscar Hernández y Adriano Castillo y el
humorista Juan Carlos Melendes. Ya desde 2015, Sergio Lagos promovió la imagen
de Guillier como candidato presidencial. Él pertenece a este mundo televisivo,
frívolo e indolente, cuyos ojos están en los matinales, cuyo corazón late en
los programas de farándula y cuyo cerebro está reducido a denuncias sociales
entre 21.00 y 21.30.
Guillier se reunió con el comité central del Partido
Comunista, reconocido nacional e internacionalmente por su respeto irrestricto
de los derechos humanos y el extraordinario desarrollo alcanzado por los países
en los que ha alcanzado el poder total gobierno. Las intenciones del
candidato parecen claras entonces: establecer el Paraíso en la Tierra
arrancando los medios de producción desde los avaros y ambiciosos capitalistas
burgueses para entregarlos en las manos colectivas del pueblo, cuya fuerza
obrera y estudiantil nos conducirá hasta la victoria.
Como ha señalado Carlos Prieto, no obstante, el apoyo de los artistas le jugó en
contra a Hillary Clinton. Los artistas representan no solamente una élite con la que el votante promedio no
se identifica, sino que también una cultura y unos valores que no lo
representan. El matinal dedicado a mostrar las mansiones en las que viven los
actores de cine y televisión difícilmente creará un vínculo entre estos y el
votante promedio. La veneración de las alfombras rojas y el exhibicionismo de
ellas implican una vanidad que el votante promedio sí puede alcanzar varias
veces al día, pero también implican vestuarios y cortes de pelo imposibles de
pagar para él. Además, esos paseos recuerdan el de Agamemnón arribando a Argos
y pisando la púrpura. Aun cuando sabía que estaba incurriendo en desmesura,
termina cediendo y la venganza de los dioses no se hizo esperar: en el interior
del palacio real, su esposa Clitemnestra lo asesinaría. La obsesión por una
alimentación saludable y un medioambiente limpio, por último, no es compatible con el bolsillo del votante promedio,
porque, en el fondo, estos son gustos de gente con plata: 1st world problems.
Aparte de lo anterior, el tipo de régimen al que aspira
Guillier y su «novia» (cómo él mismo lo llamó), el Partido Comunista, atrae
privaciones y sufrimiento al votante promedio. Estas privaciones y sufrimiento,
experimentados hondamente por el común de la población, se traducen apenas en
pequeñas molestias fáciles de sobrellevar para la élite de actores y periodistas de la farándula, quienes cuentan
tanto con el dinero como con los contactos para conseguir la carne y el papel
higiénico cuando estos hayan desaparecido de los supermercados. Pero todos
tenemos que sacrificarnos, ¿no?
Una élite de
actores y periodistas que se cree y se presenta a sí misma como el epítome
intelectual de un país está condenada al desprecio de su audiencia una vez que
esta se da cuenta de la condescendencia con la que es tratada. Espero, por
cierto, que esto ocurra pronto y que el progresismo defendido por los payasos
de la burbuja farandulera se reviente como un martillo de cartón relleno con
papelitos de colores contra sus espaldas. Y no lo digo tanto para librarnos de
un mal gobierno (ninguno es verdaderamente bueno), sino especialmente para
humillar a estos desmesurados que quieren competir con los dioses y ocupar su lugar.
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