Fuente: Blog «Periodismo Libre» |
El slogan de la
«educación gratuita» contrae algunas interrogantes consigo. ¿Es la educación un
derecho? ¿Es la educación gratuita un derecho? ¿Por qué se habla de «educación
gratuita»? Responderé estas preguntas a continuación.
En cuanto nos preguntamos si acaso la educación es un
derecho, me vienen a la memoria dos condiciones: una es la estructura sintagmática de derecho más vulneración y otra es el descubrimiento del derecho a través de su atropello. David me solicitó que le hiciera tres
clases particulares de transcripción fonética esta semana. Se comunicó
directamente conmigo y yo acepté brindarle las clases a cambio de un precio
mutuamente convenido. Hasta aquí, observamos la configuración de un servicio,
no de un derecho. Veamos si es posible interponer una vulneración. ¿Qué
pasaría, pues, si el hermano de David se opusiera a que él y yo nos reunamos
para tener nuestras clases y, yendo más allá de la mera oposición, impidiera
físicamente (con algún obstáculo) que nos reunamos? Pues bien, esta actitud me
haría sentir que él está haciendo algo indebido y que se está inmiscuyendo en
un asunto que no le es propio, independientemente de sus razones. Se configura
así, por lo tanto, un atropello. ¿Pero qué derecho está siendo atropellado?
Podemos pensar en la libertad de tránsito y en la libertad de reunión: estos se
me vienen inmediatamente a la cabeza. Pero como el hermano de David estaría
empeñado específicamente en impedir que tengamos las clases, podría recurrir a
otras formas de conseguir su propósito. Podría, por ejemplo, encerrarse en la
oficina de David. En este caso, David y yo no estaríamos impedidos de reunirnos,
pero no contaríamos con los materiales y con el espacio que utilizamos para las
clases. En este caso, el hermano de David habría atentado contra el derecho de
propiedad de David. No obstante, parece claro que el hermano de David atentó
contra otro derecho más en las dos situaciones hipotéticas propuestas: atentó
contra nuestro derecho de reunirnos a tener clases. Esta forma específica del
derecho de reunión es entendida normalmente como derecho a la educación y
libertad de enseñanza. Vemos, por ende, que se ha configurado la estructura de
un sintagma jurídico [derecho + vulneración] y que la aparición de un atropello
condujo al descubrimiento del derecho conculcado. Esto significa que la
educación sí es un derecho.
David y yo acordamos un precio para tener nuestras clases.
También existe la posibilidad de que hubiéramos acordado no interponer un
precio para tenerlas. Posiblemente, también, yo no habría querido hacer las
clases sin recibir un salario o David no habría aceptado recibir las clases sin
retribuirlas de alguna manera. Si hubiésemos decidido que íbamos a hacer clases
sin intercambio monetario de por medio, habríamos seguido actuando en los
márgenes del derecho a la educación y la libertad de enseñanza: no resulta
necesario establecer un nuevo derecho. Salvo, por supuesto, que el hermano de
David se hubiese opuesto a este tipo específico de acuerdo voluntario: el de
tener clases gratuitas. Entonces podemos decir que la educación gratuita
también es un derecho.
Lo que no podemos decir en ninguno de estos casos es que,
por ejemplo, el hermano de David tuviera la obligación de pagar por las clases
que yo le cobré a David. El hermano de David tampoco tiene la obligación de
facilitar las condiciones de las clases gratuitas. De hecho, los derechos que
nos amparan a David y a mí no tienen ningún efecto sobre ninguna otra persona:
nadie contrae ninguna obligación en virtud de los acuerdos que alcanzamos entre
nosotros. Y es necesario que esto quede claro en nuestro caso, porque lo mismo
se aplica para todos los derechos: nadie tiene la obligación de proveernos esos
derechos, sino que ellos ya nos pertenecen desde antes y es nuestra decisión si
decidimos hacer lo necesario para ejercerlos o no. Ni nuestros hermanos ni
nuestros vecinos ni la sociedad ni el Estado pueden impedirnos que los
ejerzamos, pero tampoco tienen ninguna obligación con respecto a nuestra facultad
de ejercerlos.
¿Por qué, entonces, alguien podría creer que el Estado debe
financiar la educación de todas las personas en un territorio? Hay varias
razones para sostener que el Estado debe financiar la educación. Y todas ellas
están erradas.
En primer lugar, sostener que el Estado debe financiar la
educación resulta en una admisión pública de que la educación que se pide no es
«gratuita», sino que tiene un precio y este precio es pagado por el Estado. El
Estado no es una institución productiva, sino que obtiene sus recursos desde
personas e instituciones que sí los producen. El Estado les exige recursos incluso a
las personas e instituciones que no logran producir riqueza. Los recursos
utilizados por el Estado para financiar su aparataje y todos los ítems del
presupuesto son obtenidos a través del robo. Quien exige «educación gratuita»,
por lo tanto, está reclamando una parte del botín obtenido a través del robo
que el Estado ejecuta sobre las personas e instituciones de un territorio con
los impuestos.
Pero vayamos a las razones para justificar que el Estado
debe financiar la educación. Una es que los contribuyentes ya pagan lo
suficiente para cubrir los gastos de quienes acceden a la educación superior.
Otra es que hay personas que merecen ser aceptadas en programas de estudio,
pero no cuentan con los recursos para pagarlos. Otra es que la mayoría de los
electores está a favor de que el Estado deba financiar la educación. Y así hay
muchas similares, la mayoría variantes de estas tres razones básicas.
La primera razón, que los contribuyentes ya pagan lo
suficiente para cubrir los gastos de quienes acceden a la educación superior,
está errada porque el hecho de que la recaudación fiscal actual sea suficiente
para cubrir los aranceles de quienes están estudiando actualmente no significa
que será suficiente para cubrir los aranceles de todos lo que estarán
estudiando en el futuro. De hecho, una oferta de educación gratuita atraería a
muchos estudiantes extranjeros y sus aranceles incrementarían importantemente
el costo de la educación financiada por el Estado, lo que haría insuficiente el
monto recaudado en la actualidad y empujaría a buscar nuevas fuentes de
financiamiento.
La segunda razón, que hay personas que merecen ser aceptadas
en programas de estudio, pero no cuentan con los recursos para pagarlos,
resulta verosímil en cuanto a la descripción de situaciones como esa, pero no
aporta una justificación para que el Estado financie la educación de las
personas a las que se refiere. En primer lugar, definir quién merece estudiar
resulta un problema porque se requiere de un criterio y el criterio es
básicamente personal: cada persona escogería un conjunto distinto de alumnos
meritorios. Como los criterios sobre el mérito son básicamente distintos,
resulta imposible establecer de forma objetiva y universal quiénes merecen y
quiénes no merecen ingresar en un programa de estudio. En segundo lugar,
también es problemático definir si alguien cuenta o no con los recursos para
pagar un programa de estudio, porque la forma de administrar las finanzas
personales y familiares es particular y no universal. Resulta hasta incómodo
indagar en algo tan personal como cuánto dinero recibe y cómo lo gasta una
persona. Y aquí, de nuevo, habrá desacuerdos acerca de si el dinero es
suficiente o no. Por último, el hecho de que alguien tenga el mérito y carezca
del dinero no obliga a nadie con respecto a que ese alguien meritorio y de
escasos recursos financie sus estudios. Es posible que el mismo sujeto en
cuestión no tenga interés en estudiar. También es posible que, siendo meritorio
y de escasos recursos, no tenga una salud compatible con el programa de su
interés. Pero, en cualquier caso, no es posible decir que sea la obligación de
nadie financiar sus estudios. Porque no es legítimo despojar a alguien de su
propiedad. En ninguna circunstancia. Tampoco si hay alguien que tiene extrema
necesidad de esos recursos que serían expropiados. Es legítimo que yo ayude a
alguien si quiero hacerlo, pero no es legítimo que me fuercen a ayudar a quien
no quiero.
La tercera razón, que la mayoría de los electores está a
favor de que el Estado deba financiar la educación, no es más indecente que las
anteriores. Proponer que alguien tiene el poder de robarle a otro solo porque
una mayoría lo respalda es una forma indigna de desacreditar los derechos
humanos. Si acaso reconocemos derechos en las personas (y tenemos un mínimo de
decencia), resulta imposible que admitamos la opinión mayoritaria como un
factor decisivo en los derechos humanos. Los derechos de las personas existen
aun cuando la mayoría no los respalde y hasta los niegue. Si no aceptamos este
principio básico, puede afirmarse que no creemos en los derechos humanos y que
vemos a las personas como piezas de un tablero de ajedrez. Porque si creemos
que es aceptable imponer sistemas de gobierno sobre las personas y obligarlas a
deshacerse de una parte de sus ganancias personales para financiar y mantener
ese sistema opresivo, no cabe duda de que no tenemos noción alguna acerca de la
dignidad de las personas.
Resulta, pues, vergonzoso que haya algunos (y tantos)
defendiendo una consigna que resulta humillante para su propia condición como
personas. Se trata de un error muy profundo y lamentablemente sustentado por
los periodistas, quienes han convencido a la población entera del país acerca
de la «bondad» de este concepto inhumano. Proponer que el Estado financie la
educación implica no solamente un respaldo público y abierto del robo y la
opresión, sino un desconocimiento de la dignidad humana. Es como afirmar que
las personas tienen valor solo en cuanto piezas del sistema estatal, pero no en
cuanto individuos con ideas y sueños particulares. La deshumanización y el
entusiasmo por ella son tales que recuerdan aquel ánimo eufórico que ha
acompañado a los regímenes más salvajes y sanguinarios de los últimos cien
años.
Esto significa el slogan
«educación gratuita», la promesa de un baño de sangre y la imposición de un
sistema admirablemente ordenado: tanto que su belleza vale por todas las vidas
que sea necesario sacrificar en el camino.
Bastante interesante tu articulo Cristian. Lamentable no hay otras opiniones y / o puntos de vistas de otras personas en este blog; pese qu este tema ha estado en la agenda de trabajo de varios políticos, aun no existe una consciencia por parte de la ciudadanía al respecto.
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