Comprensión consciente

Originalmente publicado en Ciudad Liberal.

Imagen: William Rogers

Durante mi no tan extensa práctica pedagógica, me he dado cuenta de que muchos alumnos son capaces de entender un texto aun cuando no sean capaces de fundamentar apropiadamente por qué su interpretación del texto es correcta. Este fenómeno, en realidad, es tan natural como la capacidad de hablar sin saber de gramática. Cualquier persona puede, pues, identificar el significado preciso de un texto sin necesidad de conocer ni aplicar ninguna técnica en particular. No obstante, esta capacidad no está extendida universalmente a todas las personas: las más inteligentes la tienen mejor desarrollada que las menos inteligentes. Esta diferencia se intenta corregir a través de la enseñanza de métodos de comprensión lectora y el resultado debería ser satisfactorio si la curva de aprendizaje se comporta normalmente. Esta curva suele tener un alza importante en las primeras etapas de un aprendizaje específico; pero tiende a allanarse luego, de manera que resulta cada vez más desafiante adquirir nuevos conocimientos en la misma área. Como los alumnos tienen intereses que en pocas oportunidades concuerdan con los del programa de enseñanza y, además, algunos se destacan por lo poco brillantes que son, este comportamiento no se refleja siempre en la realidad y conduce a resultados frustrantes.

El panorama es aún peor cuando constatamos que las técnicas utilizadas en la enseñanza formal, aquella impuesta «a sangre y fuego» por el Ministerio de Educación, no son útiles para que los alumnos aprendan a leer comprensivamente. La investigación especializada ha descartado varios factores ambientales en el aprendizaje de la comprensión lectora: sexo, edad, estudios superiores (incompletos) previos, buena decodificación o comprensión oral, tipo de liceo (privado, subvencionado, municipal, humanista o técnico), notas de enseñanza media, estudios preuniversitarios, puntaje en la PSU, nivel de educación de los padres y nivel económico. Un estudio todavía no publicado descarta incluso la estrategia de enseñanza como un factor relevante en la enseñanza de la comprensión lectora. La autora de este estudio me ha confidenciado, por cierto, que ella le atribuye la imposibilidad de mejorar la comprensión lectora más a la desidia de los alumnos que a un defecto de la estrategia de enseñanza. Y yo creo que ella tiene mucha razón: cuando no hay deseos de participar en una actividad, no importa qué tan buena o atractiva sea la estrategia que utilicemos, nuestro alumno se las arreglará para no aprender.

Como estoy consciente de esta desidia y he tenido alumnos que se resisten férreamente a ser educados, mi método de estimulación consiste en despertar el miedo más que el interés del alumno. Y me parece que esta elección está respaldada por la neurociencia, puesto que ella ha verificado que los recuerdos traumáticos suelen quedar impresos en la memoria por un largo tiempo.

Pero, como decía, hay un error en cuanto a las técnicas utilizadas para enseñar una comprensión lectora consciente. El Ministerio ha decidido que los alumnos alcanzarán la comprensión consciente si conocen la tipología textual, aunque no tengan la menor idea de análisis morfosintáctico. Pero resulta que mi experiencia me dice exactamente lo contrario: es imposible alcanzar la comprensión consciente sin el análisis morfosintáctico. Esto incluye la posibilidad de entender la tipología textual: no es posible dominarla con efectividad sin una habilidad clara para analizar morfosintácticamente un enunciado. Y no estoy haciendo una apología de la habilidad por encima del conocimiento: la habilidad para analizar morfosintácticamente los enunciados no es posible de alcanzar sin que el alumno aprenda de memoria las definiciones básicas de los elementos con los cuales tiene que operar: oración, cláusula, enunciado, periodo, estructura gramatical, sintagma, serie, unidad comunicativa, etc. Porque andan algunos angelitos con el mismo título de profesor que yo tengo esparciendo la leyenda de que no es necesario memorizar conocimientos (porque los encontrarán todos en Google y la Wikipedia), así que solo basta con focalizarse en las habilidades. Craso error. Un alumno no puede ponerse a buscar los cuadros de conjugaciones ni las tablas de multiplicar en medio de un examen: mira que está todo en Google y la Wikipedia, pero el mundo no funciona así. Tampoco le vamos a aceptar al médico que busque nuestros síntomas por Internet cuando vamos a hacerle una consulta. Y no estoy inventando situaciones hipotéticas: estos tres ejemplos tienen correlatos reales (ya se los contaré algún día).

Mi receta para la comprensión consciente es simple (y efectiva): miedo y morfosintaxis. No digo un miedo que aterrorice (aunque la intimidación puede hacer maravillas cuando un alumno no quiere colaborar), puesto que esto sería un obstáculo para el aprendizaje, sino uno que ridiculice, para que así el alumno se relaje y se deje llevar hacia la adquisición de los conocimientos necesarios para adquirir la habilidad de la comprensión consciente. La morfosintaxis, por su parte, resulta esencial para comprender las relaciones entre las palabras, las estructuras en las que se organizan y las funciones que cumplen. Sin morfosintaxis, no hay comprensión lectora consciente.

Ahora le quiero preguntar algo, señor lector: ¿es usted capaz de analizar morfosintácticamente los enunciados de este texto?

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