Violencia estructural

Originalmente publicado en Ciudad Liberal.

Imagen: Fiestóforo

En las predecibles declaraciones de quienes se atribuyeron el atentado terrorista en el Subcentro, aledaño a la estación Escuela Militar, se menciona la «violencia estructural» como una justificación de un ataque cobarde contra personas desarmadas y como justificación de todos los actos violentos que comete este tipo de grupos políticos. Digo que son predecibles porque la estructura del texto y el léxico utilizados son los mismos que en los textos que fueron publicados cuando Luciano Pitronello resultó herido mientras instalaba otra bomba en un cajero automático del Banco Santander.

La prensa ha señalado que se trata de un grupo anarquista; pero el discurso de estos terroristas no es anarquista en ninguno de sus aspectos, sino que claramente marxista. La hipótesis de la «violencia estructural», de hecho, es exclusiva del marxismo y es utilizada, de manera más o menos abierta, por las distintas corrientes marxistas para justificar sus actos de violencia. La utilizó el diputado Guillermo Teillier cuando luchaba contra la Transición a la Democracia y con la intención de instaurar una dictadura marxista en el país. La utilizó la FECh, que está representada en el Congreso por el diputado Gabriel Boric, para justificar los actos de violencia de los encapuchados en las marchas. También la ha utilizado la diputada Camila Vallejo, si bien reconoció que, en el momento preciso de entregar sus declaraciones —ni un minuto antes, ni un minuto después—, no estaban dadas las condiciones para retomar la lucha armada. Como Camila Vallejo sabe que las condiciones pueden cambiar en cualquier momento, tenía que hacer la salvedad temporal. Porque su compañero de bancada, Guillermo Teillier, tiene guardada gran parte del arsenal que fue ingresado en el país a través de Carrizal Bajo: por si cambian las condiciones.

La proposición de la «violencia estructural» no es realista, sino que estadística. Se trata, en los hechos, de una perversión de los datos para justificar el uso de la violencia física indiscriminadamente, incluso contra las «víctimas» de la «violencia estructural»: como ocurrió en el atentado terrorista del Subcentro. Esta proposición afirma que el consumo de bienes y servicios por parte de unas personas impide el consumo de los mismos por parte de otras. El análisis marxista de las estadísticas de consumo concluye que la escasez es producto del consumo y que la pobreza es producto del lucro. Numéricamente, esta conclusión puede parecer verosímil, puesto que no habría escasez nominal si no existiera consumo y tampoco habría pobreza nominal si nadie lucrara. Pero este análisis resulta engañoso y falso, puesto que hace que una persona viviendo en Fortaleza (Ceará) se vuelva pobre comparativamente a causa de que hay alguien más ganando dinero en Bombay (Maharashtra). Claro: si hacemos la comparación en el papel, podría decirse que uno se ha vuelto pobre a causa de que el otro ha ganado algo de dinero, pero esta observación numérica no repercute de ninguna manera en la realidad: el hombre de Fortaleza no tendrá menos cosas ni será más miserable a causa de que otro hombre en Bombay gane dinero.

De la misma manera, el hecho de que el hombre de Bombay gane dinero no es un acto de violencia contra el hombre de Fortaleza. La hipótesis de la «violencia estructural» dice que sí lo es porque, estadísticamente, el hombre de Bombay accede a privilegios (bienes y servicios) que no pueden ser entregados a —comprados por— el hombre de Fortaleza. La afirmación de esta hipótesis se demuestra falsa cuando comprobamos que el hoimbre de Fortaleza no tendrá más posibilidades de acceder a estos privilegios si el hombre de Bombay se abstiene de ellos.

A pesar de la evidente debilidad teórica y argumental de la hipótesis de la «violencia estructural», hay muchas personas que creen en ella. La hipótesis es internamente coherente, pero no resiste una contrastación con la realidad. Llama la atención, pues, que tantas personas la utilicen como una justificación de la violencia real indiscriminada, al punto de instalar una bomba en un centro comercial.

Este es un aspecto importante en cuanto al que debemos educar a las futuras generaciones. Si no lo hacemos nosotros, lo harán los marxistas y harán que esta insostenible hipótesis parezca una verdad irrefutable, respaldada además por argumentos emocionales que convertirán en pecado su cuestionamiento.

Pero no podemos confiarles esta tarea a mis colegas profesores, sino que debemos asumirla personalmente. La causa de que no se les pueda confiar esta tarea a los profesores es que demasiados de ellos ya han sido contaminados con la hipótesis de la «violencia estructural» y, como si se tratara de una verdad revelada divinamente, la defienden contra cualquier observación, por sensata que esta sea.

La «violencia estructural» debe ser erradicada, ciertamente, pero no porque sea causa de algún tipo de opresión contra personas privadas de privilegios, sino porque justifica actos de violencia indiscriminados, porque pone en entredicho la capacidad intelectual de quienes creen en ella y porque amenaza la vida civilizada. No existe, de hecho, otro escenario sin «violencia estructural» más que el de la Edad de Piedra. Los esfuerzos del marxismo por llevarnos de regreso a esta época tan añorada por sus seguidores deben ser férreamente resistidos por quienes valoramos la civilización.

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