La posverdad siempre estuvo ahí

Publicado originalmente en El Libertario.

El video del bombero tratando de romper el candado de una reja para dar paso a un carro bomba ha dado lugar a burlas, puesto que solamente muestra al sujeto golpeando el candado con una herramienta pesada y luego otros que pasan caminando por el lado de la reja. Da la impresión, por supuesto, de que él hubiera estado tratando de abrir paso para quienes estaban caminando, aun cuando esto no era necesario, a causa de que no había notado que era posible transitar libremente por el costado de la reja. Sabemos que, en realidad, era necesario desbloquear la reja para que pudiera pasar un carro bomba, no personas caminando. Pero la secuencia del video resulta tan jocosa, que la explicación real puede quedar a un lado cuando alguien hace un meme con la leyenda «yo tratando de entrar en su corazón» (como leí en una de las muchas re-publicaciones del video) u otra similar. Andrés Osorio opina que «la humillación pública ya quedó establecida», pero me parece que las aclaraciones no son tan importantes en esta situación. En realidad, la verdad carece de valor aquí frente a lo jocoso del hecho, el cual puede adaptarse a otros de nuestra propia vida. Así ha funcionado siempre la posverdad.

En una entrevista reciente, Cristián Huepe identifica el fenómeno de la posverdad con las noticias falsas que respaldan las opiniones preconcebidas de ciertas personas. No obstante, él se refiere a sectores más que a personas. De esta manera, fomenta los estereotipos, los cuales son una manifestación también de la posverdad. «Para la gente de derecha, hecha por mapuches e inmigrantes, y para la izquierda, por empresarios», dice. Su descripción ha impresionado a varios debido a su lucidez y a los números que la respaldan (aplicó los cálculos sobre teoría de redes para estudiar la diseminación de noticias falsas), pero yo veo que él critica la posverdad desde la misma posverdad cuando asume que la gente de derecha hace esto y la gente de izquierda hace aquello: nuevamente la verdad sucumbe ante algún otro criterio que explica de manera más confortable algún fenómeno.

En este sentido, lo que hace Huepe es similar a lo que hizo Laura Sydell en un reportaje acerca del origen de las noticias falsas. En su informe, Sydell dice haber encontrado al propietario de un sitio web que originó una noticia falsa relativa a un supuesto agente del FBI que era sospechoso en el caso de los mensajes de correo electrónico de Hillary Clinton y que fue encontrado muerto en un caso de homicidio informado como suicidio. Sydell relata que rastreó el origen de esta noticia hasta hallar a un tal Jestin Coler, a quien entrevistó sobre el asunto. Según la narración de Sydell, él es propietario de varios sitios web dedicados a difundir noticias falsas y su motivación, más que el dinero que gana haciendo esto (que es bastante según el reportaje), es la exposición de la facilidad con la que estas informaciones se esparcen: como una cruzada por el escepticismo. De acuerdo con lo que relata Sydell, Coler solamente difunde noticias dirigidas a un público republicano en los EEUU, puesto que los progresistas (demócratas) no caen en este tipo de engaño. En este punto, el reportaje parece demasiado condescendiente con los progresistas como para ser considerado enteramente verídico. Así que vemos, como en la entrevista a Huepe, una denuncia de la posverdad desde la posverdad.
Esta denuncia se asemeja, también, a la editorial escrita por Patricio Fernández en The Clinic el 2 de febrero. En ella, Fernández acusa a la oposición del gobierno de Michelle Bachelet de utilizar información falsa para difamar el ya impopular gobierno nacional. Afirma que una parte de esta oposición, llamada «derecha social», se yergue como una amenaza no solo contra la presidente, sino contra el país, por sus presuntos llamados a la sedición violenta contra el gobierno. Su propuesta tiene dos dimensiones: primero, incurre en un ejercicio de posverdad al adscribirle las amenazas contra el gobierno de personas enteramente desconocidas a un grupo específico que él llama «derecha social»; segundo, su editorial pretende ser una advertencia contra este grupo sedicioso y violento, al cual valdría la pena neutralizar eliminando físicamente a sus integrantes para evitar que actúen violentamente contra el gobierno y contra el país. Haciendo un llamado contra la violencia, justifica el uso de la violencia: tal como la crítica de la posverdad desde la posverdad que efectúan Huepe y Sydell.

Es cierto que, a veces, postergamos la verdad en virtud de otros criterios: como cuando una situación nos parece demasiado graciosa como para aclararla. Lo importante, en el fondo, es que tengamos conciencia con respecto a que estamos desplazando deliberadamente la verdad a un segundo plano en virtud de algo que valoramos más. Esto no implica que reemplacemos la verdad con otra cosa, sino que la omitimos deliberadamente. Examinando los hechos con razonamiento frío y un escepticismo sano, siempre podremos reconocer cuál es su verdadera explicación. Si decidimos ignorar la verdad en virtud de lo jocoso o de algo más, no estamos anulando nuestra capacidad para reconocer lo verdadero: nunca lo hemos hecho. Porque la posverdad no es un fenómeno reciente: hemos vivido con ella todo el tiempo y disfrutamos hacerlo y no somos menos capaces de reconocer los hechos tal y como son a causa de esto.

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