World Press Photo y la batalla de los criterios

Originalmente publicado en El Libertario.




Burhan Ozbilici, fotógrafo turco, ganó el concurso World Press Photo con una de las imágenes que capturó de Mevlüt Mert levantando el índice izquierdo justo después de haber asesinado a Andréi Kárlov el 19 de diciembre en Ankara. Me pregunto de inmediato, pues, si acaso resulta admisible que la fotografía mostrando el cadáver de un hombre que acaba de ser asesinado pueda ser presentada y premiada en un concurso. Naturalmente, la evidencia demuestra que sí, pero me estoy dirigiendo más sobre el aspecto moral de este asunto: ¿es aceptable?

He expresado mi respaldo al registro fotográfico de estos hechos (y de cualquier otro) en virtud de su valor documental, habitualmente invisible mientras los acontecimientos tienen lugar. Este mismo carácter invisible del valor documental de la fotografía la hace parecer inapropiada en medio del evento: ¿qué clase de insensible toma una fotografía cuando un hombre acaba de ser baleado? No sé si la capacidad para hacerlo implique alguna perturbación psíquica; pero, si lo hace, termina resultando en beneficio de todos los que no tienen el valor o la sangre fría para registrar lo que pasa en ese minuto.

Para el World Press Photo, el valor documental es importante, pero no lo es todo: también considera un valor estético en la evaluación de los trabajos que coteja. Ciertamente, el valor documental justifica la impertinencia de los periodistas fotografiando o grabando los momentos dolorosos de una familia; pero esta impertinencia parece más difícil de aceptar cuando el criterio aplicado no es el documental, sino el estético. ¿Cómo podríamos admitir que alguien intente captar imágenes de buena calidad o bellas en medio de la desgracia y el dolor ajenos? ¿Cómo podríamos consentir que alguno extraiga un beneficio (aunque sea artístico) desde el sufrimiento personal de otros?

Al discutir sobre los criterios que aplicamos al escoger la posverdad — que en lingüística se conoce como prevaricación: la capacidad para mentir — , argüí que nosotros elegimos deliberadamente omitir la verdad porque hay aspectos que consideramos más valiosos en el fenómeno al que nos referimos: puede tratarse de su jocosidad o de su intertextualidad, admitiendo que estos sean los criterios más populares ante la veracidad o verosimilitud. No solo es legítimo que lo hagamos, sino que no se trata de algo reciente ni novedoso: lo hemos hecho desde tiempos ancestrales, como lo demuestra el hecho de que este fenómeno sea conocido y esté clasificado en los estudios de la lengua.




¿Y por qué digo que es legítimo? Porque no hay nada que nos ate a decir la verdad: mentir es un derecho protegido por la libertad de expresión; omitir la verdad también es un derecho protegido cuando somos imputados de algún delito o crimen. Más allá de estas consideraciones prácticas, el apego a la verdad debe justificarse en virtud de su respeto por el principio de no agresión y el principio de reciprocidad. Que una mentira vulnere el principio de no agresión resulta discutible: las palabras no abren heridas ni dañan físicamente la propiedad, pero pueden inducir a o resultar en perjuicios físicos sobre las personas y las cosas. Una mentira, sin embargo, puede mucho más fácilmente ser considerada como un atropello del principio de reciprocidad, puesto que implica una conducta inesperada o indeseada por parte del otro. Se trata de una de esas cosas que esperamos que los otros no hagan. Este criterio no es tan absoluto, no obstante. Yo sé, por ejemplo, que el video del bombero tratando de romper el candado de una reja no representa la situación de que él esté intentando abrir paso a personas que se desplazan a pie, pero la gracia de la grabación está en asumir que lo hace: yo me dejaré engañar por quien publique el video para disfrutar de su carácter jocoso y aceptaré con gusto que me mienta para placerme de la broma.

De una manera similar, hay múltiples criterios aplicables sobre las fotografías y, en particular, sobre esta de Mevlüt Mert luego de haberle disparado a Andréi Kárlov que capturó Burhan Ozbilici. Es una imagen dramática, puesto que muestra el cadáver de un hombre recién asesinado. Es perturbadora, puesto que Mert aparece gritando una consigna frente al cadáver de su víctima y aún con la pistola en su diestra. Es bella, porque contiene poco ruido visual y presenta pinturas admirables al fondo y retrata dos figuras emocionalmente expresivas. Es imprudente, porque transgrede la intimidad de la muerte. Es conmovedora, porque transmite la fuerza de una pasión incontenible que es capaz de pasar por encima de la vida de un hombre.

Rechazar las fotografías de momentos íntimos o dramáticos en virtud de la emotividad que cargan es como negarse a aceptar que la fotografía de Ozbilici, aunque perturbadora, es también bella. Rechazar la posverdad viene a ser como oponerse al premio para Ozbilici: una negación de lo que somos y de lo que hacemos cotidianamente, una negación de nuestra multiplicidad de criterios, una reducción del mundo y sus discursos a la dictadura de lo políticamente correcto.

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