La economía extractivista de Chile

Originalmente publicado en Letras Libertarias.

A propósito de la columna que Rodrigo Norambuena escribió acerca de los consejos económicos ofrecidos repetidamente por algunos candidatos en época electoral, me llamaron la atención dos de los citados: 1) «hay que diversificar la matriz productiva» y 2) «hay que superar el extractivismo». En cuanto al primero, me parece que nuestra matriz productiva ya resulta bastante diversa. Podría ampliarse, claro, y la receta para que esto ocurra es sencilla: hay que terminar con todas las regulaciones y todos los impuestos: entonces florecerá sin impedimentos la productividad de todo el país. En cuanto al segundo consejo, queda claro que no se refieren a Chile. O no a todo Chile, por lo menos. Una economía «extractivista» depende, sobre todo, de la extracción de recursos naturales: así lo dice su nombre, ¿no? De acuerdo con las mediciones con las que contamos, el sector más productivo de la economía chilena es, desde al menos 1860, el de los servicios: y la diferencia con los otros sectores es tanta como para que ellos deban combinarse (todos) con tal de alcanzar apenas una tercera parte de la productividad del sector de los servicios. Esta situación ha permanecido casi idéntica desde mediados del siglo 19no, si bien el sector de los servicios ha visto incrementada su participación de un 64% a un 75%. En pocas palabras, el «extractivismo» es un cuento chino en Chile, puesto que dejó de existir hace siglos.


Cuando los políticos afirman que «el cobre es el sueldo de Chile» incurren en un error. Alternativamente, se están refiriendo al «extractivismo» que practican ellos mismos en relación con la actividad minera. Como los políticos son tan ignorantes en cuanto a economía (y en cuanto a casi cualquier asunto), creen que la minería es la base de la economía chilena y que los recursos naturales son el fundamento de cualquier economía a nivel global: jamás escucharon hablar sobre Singapur, por supuesto. A causa de esto, han regulado y hecho tributar el sector minero más que ningún otro y también han instalado a sus operadores en este sector más que en cualquier otro. Estas prácticas corruptas tienen el efecto de que, al final, la minería aporte bastante dinero a los políticos y estos creen, en consecuencia, que este sector es el más importante en la economía del país cuando, en realidad, apenas tiene una participación del 15% en el mercado local.

Junto con esta confusión, existe la creencia de que las economías desarrolladas deben desarrollar un sector industrial gigantesco y que, si no lo hacen, nunca serán desarrolladas. Pero afirmar esto es como decir que sería imposible construir un imperio sobre la base de una sociedad nómade (en lugar de una sedentaria): estos políticos ignoran, en efecto, quién fue Gengis Kan y de dónde provino el imperio otomano. La obsesión con fabricar productos localmente atenta contra el sentido común y contra las leyes básicas de la economía: si sale más barato comprar productos en el extranjero, no existe una buena razón para fabricarlos acá. La misma locura se repite en el sector de la investigación y desarrollo: mis colegas investigadores insisten en cuanto a la importancia de que el gobierno financie la innovación y el desarrollo científico. Lo dicen porque, según ellos, esto resulta primordial para el desarrollo del país. Pero lo cierto es que no necesitamos desgastarnos en hacer tanto si podemos comprar los efectos de este desarrollo a un precio más conveniente desde el extranjero. De hecho, en Chile ya hay bastante innovación sin tanto financiamiento estatal. Lo que ocurre, en el fondo, es que mis colegas quieren justificar que el Estado los mantenga y están sacrificando el desarrollo de todo el país con tal de satisfacer su bienestar personal a cambio de un esfuerzo mínimo.

Lo que de verdad se extrae en Chile son las ganancias del sector de los servicios, el más productivo del país, para derrocharlo en la minería fiscal y sus redes clientelares políticas. Porque los sueldos de quienes trabajan en CODELCO son más altos que los de sus pares en el sector privado no a causa de una rentabilidad mayor, sino a causa de que esta empresa se financia con los impuestos que pagamos todos a través del sector de los servicios. Este es el único «extractivismo» que logro divisar en la economía de Chile. Y creo que debe terminar, por cierto, puesto que él está impidiendo que alcancemos un pleno desarrollo económico y humano.

Los nómades no necesitaban desarrollar la agricultura porque ellos practicaban la ganadería y contaban con una tecnología llamada «comercio». Hoy en día, ningún grupo tiene la necesidad vital tampoco de desarrollar la industria o la innovación, porque esta tecnología del comercio sigue existiendo. Los políticos nunca han terminado de entenderla y creen, no obstante, que ella depende de que ellos definan cómo debe funcionar. ¡Insensatos! El comercio, como sabemos, funciona mucho mejor sin la intervención de los políticos y sus tratados de libre comercio, aduanas y otros inventos pintorescos. Va quedando claro, me parece, que el problema del desarrollo no está en el «extractivismo», sino en el «politicismo».

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